7/2/13

Yo me disfracé de perro


Domingo, 10 de febrero de 2002. 
11:00 horas, Alicante. 
Paseo por el Ayuntamiento camino de la Explanada.

La ciudad despierta de una noche mágica de carnavales. Es increíble pero está reluciente, brillante, limpia...¿Limpia después de carnavales?... Los pequeños charcos de agua demuestran el baldío temprano de las calles, al menos de aquellas por las que paso. Es alucinante. Después de una noche como la pasada y las calles limpias... Y entonces empecé a pensar en la noche anterior. ¿Cómo era posible?




Sábado, 9 de febrero de 2002. 20:00 horas. 
Alicante. 
En mi casa. 

<<Ya está, ya lo tengo, ya sé de qué me voy a disfrazar, voy a llamar a Rony>> (Rony es un amigo de lo más macarra que tengo. En realidad es un infeliz al que le gusta ir de duro por la vida, con uno de esos looks entre macarra y bacalaero que tanto se lleva, en fin, como les decía, un pobre hombre). Le llamo: 
- Rony, ¿tú te vas a disfrazar?. 
- Yo no, qué va, eso es pa' los pringaos. 
Uff, suspiro aliviado. 
- ¡Genial!, pues no te disfraces que hoy, y sin que sirva de precedente, hoy quedamos y salimos juntos. 
Entonces arreglo mi disfraz. Sí, ya se que no es muy original, pero hoy, ¡je!, hoy me disfrazo de perro, pero, de perro agresivo, claro, que es lo que más mola. 

Y así fue, dicho y hecho, a las 10:00 de la noche nos plantamos en la calle. Pedro y yo. Él sin disfraz pero de un macarra que asustaba (no es que, por supuesto, todos los dueños de estos perros sean unos macarras pero haberlos, haylos) y con una cara de perro, con perdón de los perros, que yo con todo mi disfraz, ni por asomo llevaba. Y ahí empezó nuestro peregrinar y con él, nuestros problemas. 
En la calle San Fernando se nos acerca uno disfrazado de policía. 
- Buenas noches -, le dice a mi amigo, 
- ¿Llevará usted los papeles del perro? 
- ¿Qué, qué de qué? -, le contesta mi él. 
- Pero, hombre, ¿no sabe que es un perro de raza peligrosa...? Y por cierto, ¿qué lleva para limpiar lo que ensucie su perro? Porque luego hay que ver como están las calles que es que las dejan hechas una guarrería...
Entonces los dos miramos al suelo y lo vimos lleno de botellas, máscaras rotas, ríos de residuos amoniacales, llámese también orina, en alguna que otra esquina, además por supuesto de colillas y salivajos varios de procedencia humana, pero que muy humana todos ellos. 
Rony y yo nos miramos y él, muy serio, le dijo a aquel policía disfrazado: 
- ¿Sabes que te digo? Que aquí se queda el perro, lo abandono y a tomar por saco. Y así me quedé, solo y abandonado en la calle, con aquel policía que me recogió y que a modo de multa me obligó a pagarle unas cuantas cervezas...

Mientras paseo el domingo , como les decía antes, intentando recordar todo ésto, me encuentro con una señora que pasea a su perro y al que un hombre, a voz en grito, le dice que su perro está ensuciando las calles... Y entonces, claro, lo entendí todo. Entendí por qué se quejan y quejan de los dueños de animales que claro, ensucian entre comillas la ciudad y nadie se queja de los cientos y cientos que el sábado, disfrazados, ensuciamos también la ciudad y todo eso porque a las siete de la mañana del domingo cuando casi todos ya dormíamos, otros limpiaban nuestras vergüenzas a fuerza de manguera...

Claro que, en realidad, todo esto lo digo porque en mi disfraz del sábado y también en el que luzco hoy... ¡me cachis!, siempre se me olvida algo, claro, el bozal... y es que, así me va como me va...



Raúl Mérida