11/2/13

La casa de la felicidad

Hace mucho tiempo, un hombre y un perro perdidos y abandonados, decidieron recorrer la vida en busca de una esperanza… Y caminando, llegaron a un lugar especial, un mercado formado por miles de tiendas mágicas, "El gran mercado de la vida". 

Los tenderetes se arremolinaban unos tras otros, mientras los comerciantes, dueños del  arte de vender a través de la voz, anunciaban a gritos sus preciadas mercancías.


–  ¡Pasen y vean! ¡Las mejores disculpas del mercado! ¡Frases para quedar bien!
A su lado, otro competía a voces con el anterior. 
–   ¡El mejor surtido de palabras¡ ¡Francesas para el amor! ¡Españolas para la pasión! ¡Las más educadas!... ¡Y para los que no tengan dinero, nuestra oferta en palabras usadas!
A su derecha una magnífica cristalera ofrecía restos de sinceridad, mientras su dueño anunciaba: 
   ¡Ultimas existencias! ¡Ya no se fabrican productos como éste!
A su izquierda un oscuro puesto ofrecía mentiras.
–   ¡Engaños para sus parejas! ¡Traiciones para sus amigos!
Entonces, el hombre preguntó si en algún comercio vendían felicidad. Era su gran oportunidad. 
–   Sí señor... Tras esas grandes carpas está "La casa de la felicidad".
Ambos corrieron hacia el lugar indicado. Un anciano, con aspecto tranquilo y bondadoso, salió a recibirle 
–   ¿En qué puedo atenderle?
–   Verá. Siempre deseé la felicidad. Durante un tiempo confundí ésta con el dinero y me dediqué a ganar todo el que pude. Pero, según conseguía más y más, más me preocupaba la idea de no perder lo conseguido. Metido en aquella carrera, no conocí amor, ni cariño, ni por supuesto felicidad alguna... Decepcionado, un día decidí dejarlo todo y marcharme.
– Son muchos los que llegan hasta aquí, en busca de felicidad – le contestó – Pero, no siempre resulta bien. La mayoría se llevan grandes cantidades y las consumen de golpe. Los efectos son terribles. Durante días son absolutamente felices. Pero, al final se les acaba la mercancía y su vida vuelve a ser normal. Entonces no lo soportan. Sólo algunos la consumen lentamente. Éstos disfrutan de la felicidad de los pequeños momentos… De un beso, de un abrazo... Así, a poquitos, les dura toda la vida. Por otro lado, la felicidad tiene también graves efectos secundarios: Las personas no consienten fácilmente que otros sean felices. Los critican, los apartan... Recuerdo el caso de un hombre al que todos dieron la espalda, menos un triste perrillo abandonado que siempre le acompaña. Un día me lo encontré muy feliz. Me dijo mirando a su amigo perruno que, para él, no había mayor felicidad que tener a su lado a alguien que nunca le traicionaría… Hay de todo.
–   No quiero engañarle amigo mío. Al conocer la existencia de su tienda, mi primer pensamiento fue comprar toda su mercancía, pero ahora al escucharle… Sólo querría pedirle algo. Si me deja, me gustaría quedarme aquí con mi perro y ayudarle a llevar la tienda.

Cuentan que el anciano le dio trabajo y les abrió las puertas de su casa. Y que aquel perro fue muy feliz, porque muy feliz fue su amo que, descubrió en aquella tienda, que la verdadera felicidad es poder hacer felices a los demás. 

Nota: Este mercado no es una ilusión, existe. Vive en nuestro corazón y cada mañana nos espera con sus puertas abiertas. La cuestión es qué compramos cada día.


Raúl Mérida