Alguien dijo alguna vez que nadie nace cinco minutos antes ni cinco minutos después de cuando debiera nacer...
Fue hace ya varios meses. Un perro abandonado había encontrado cobijo en los jardines de una enorme casona perdida en el campo.
- Por favor, vengan lo antes posible. Tenemos niños y nos da miedo que pueda pasar algo.
Hasta ahí todo más o menos normal pero...
Unos minutos más tarde, siguiendo las indicaciones que me habían dado, me encontraba ante la puerta de la misma.
En cuanto llamé al timbre salieron a recibirme. Para entonces ya me había dado cuenta de que no se trataba de una familia normal...¿O quizás sí?.
Un hombre mayor me abrió dulcemente la puerta y me invitó a pasar. El jardín estaba precioso. Los niños, decenas de ellos, me miraban a través del cristal de una de las habitaciones, donde seis o siete se encontraban apoyados sobre el mismo.
Sus manos dibujaban en el aire formas distintas, sus ojos se agitaban nerviosos.
Pregunté por ellos.
- Son como los tuyos... Son niños abandonados. Sus padres nos los envían y nosotros los cuidamos. Ellos pagan cada mes todo... Ves aquel, se llama Pablo. Nació demasiado tarde, le diagnosticaron un sufrimiento fetal-.
No dije nada. Debí recordar aquello de que el silencio sólo debe ser interrumpido para mejorarlo. Los miré y como pude, con las lágrimas contenidas, les sonreí.
Por fin, llegamos hasta el perro que se encontraba bajo unos árboles. Lo cogí en brazos y lo llevé hasta el coche mientras pensaba en todo lo que me había contado. Bajé una jaula especial para él y muy tranquilo, solo se metió dentro.
Entonces, el señor que me había ayudado, me preguntó si podía hacer algo más por mí.
- No, muchas gracias... Bueno sí - le dije mientras miraba a los niños que, a su vez, no dejaban de mirarme a mí. - ¿Me deja compartir un ratito con ellos...?
Me guiñó un ojo. Me sonrió y me dijo: -Sabía que me ibas a pedir eso. Ven te los presentaré...
Aquella tarde conocí a David, a Marta, a Luis... A tantos niños especiales llenos de amor. Aprendí de sus sentimientos, de su ingenio, de su lenguaje.
El hombre que me había acompañado, me contó la historia de cada uno de ellos sin muchos detalles. Supongo que no podía dármelos y yo prefería no saberlos.
- Éste es hijo de un importante.... Y éste otro su padre tiene... Todos ellos pagan por olvidar.
- ¡Malnacid...!- murmuré en voz baja, pero él me oyó.
- No - me dijo -. No digas eso. Sus padres son solo personas. Pobres personas ricas que nunca aprendieron a querer. Están más solos que ellos. Te lo aseguro.
No quise hablar más del tema. Para entonces, Luis me había cogido de la mano y eso era lo más importante. Junto a él y a los demás niños recorrí el jardín. Saludamos a aquel perro abandonado que nos acompañó en nuestro paseo y entre palabras, signos y gestos, pasamos una tarde de risas y lloros que nunca olvidaré.
En verdad, no sé si como dijo aquel, todos nacemos y morimos a la hora exacta en la que debemos hacerlo. No sé.
Sólo sé que yo me marché de allí y me llevé a aquel pobre perro y ellos, una auténtica familia, se quedaron con mi corazón.
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