ero lo verdaderamente difícil es olvidar cuando se tiene corazón >>
Sonaron las cinco de la tarde. Ella se arreglo como cualquier día: Una blusa, una falda y una chaqueta mal puesta.
Salió rápidamente del edificio. Tenía una cita con el médico y, sobre todo, prisa por volver. Le esperaban sus animales.
Sin embargo, bastó un frenazo, un grito y todo terminó. Su cuerpo quedó tendido sobre el asfalto.
Algunas personas pidieron ayuda. Una ambulancia se encargó del traslado al hospital más cercano, un médico de certificar oficialmente su fallecimiento.
La policía escribió en el informe: Muerte en el acto. Ningún familiar cercano.
Y así era… O, casi.
Aquella mujer no tenía padres, hermanos ni hijos… Pero tenía un viejo loro, un pequeño mono y dos canarios. Lástima que nadie lo supiera. Aquellos animales quedaron abandonados en sus jaulas dentro del piso durante días.
La comida, poco a poco, se agotó. El agua se evaporó. Y el silencio de la casa se llenó de quejidos y lloros.
Algunos dirán que fue porque se sentían solos. Otros pensaran que era la necesidad, el hambre, la sed… Yo creo que, en realidad, siempre supieron lo que había pasado. Los animales no necesitan telegramas ni llamadas que anuncien tragedias. Ellos saben escuchar el viento y sentir la muerte de un ser querido.
Al final los gritos alertaron a la policía. Nos llamaron y recogimos a cada uno de aquellos pobres animales abandonados por la vida… Pero no todo estaba hecho.
Los trasladamos al centro donde pasamos meses temiendo por ellos. Estaban deprimidos y tristes. Se sentían solos. No tenían ganas de vivir.
Todos los días acudíamos a su jaula pero ellos nunca salían. Vivían todos juntos muriendo de pena en el interior. Estábamos desesperados. Temíamos por ellos.
Pero una mañana, al acercarme preocupado como siempre a verlos, uno de los canarios cantó de pronto. Su compañero sacudió su cabeza y le acompañó en su cántico.
Aquello fue la señal esperada… El pequeño titi, el monito, salió del dormitorio y se detuvo a escucharles con las orejas muy tiesas y los ojos abiertos.
El viejo loro se posó en una rama del patio mientras abría sus alas de nuevo a la vida.
Siempre he dicho que nunca sabes si "hoy" es "mañana" o "mañana" es "hoy". Lo que sí sé es que a partir de ese momento, el mundo nuevamente los adoptó.
Raúl Mérida