27/2/13

Al toro o que es del toro


La reciente declaración de interés cultural para las corridas nunca debió llevarse a cabo. Desde el punto de vista formal, por informalidad. Desde el punto de vista ético, por humanidad.

No es que esté enfadado porque en España se haya aprobado el inicio de los trámites para declarar las corridas de toros como bien de interés cultural pese a que eso signifique en la práctica un respaldo institucional para el asesinato de miles de ellos.
Ni tampoco es que lo esté porque del dinero que todos pagamos con nuestros impuestos una parte importante del mismo pueda destinarse a subvencionar las diferentes putadas de todo tipo que les hacen a esos pobres animales. 
Ni siquiera porque en la práctica, ello podría suponer que los niños pudieran oler directamente la sangre de un animal que agoniza en la arena o ver cómo una persona humana expone o incluso pierde su vida ante los cuernos de un toro a cambio de dinero en un "todo vale".
Y eso porque algunos, en contra de muchos, afirman que es cultura basándose en que hay pinacoteca de sobra al respecto por parte de los principales pintores de nuestra historia, que hay joyas de la literatura dedicadas a los diferentes aspectos que rodean la misma y que, desgraciadamente, ha formado parte de la historia de nuestro país desde siempre. 
Vamos, que con ese argumento, si les dejamos y con un poquito de mala suerte, en breve veremos también cómo guerras, genocidios, fusilamientos, bombardeos y esclavitud, por ejemplo, también lo serán. 
Sin comentarios. 
Lo dicho, no es que esté enfadado, es que estoy muy, muy enfadado.
Primero, porque es una desvergüenza nacional que en un país como el nuestro, potencia europea en el abandono de los animales en general, se permita dar vía libre al maltrato legal de muchos de ellos. Segundo, porque, con medidas como ésta, se cargan de un plumazo todos los programas educativos y de concienciación puestos en marcha para lograr un trato más digno hacia los animales.
Y, tercero, porque la medida va a ser tumbada en los tribunales por caducidad de plazos, saltos de competencias y formalidades, en este caso informalidades, de todo tipo. 
Y, oigan, sinceramente, con la que está cayendo no está la cosa para perder el tiempo. 
Con miles de personas en la calle protestando, con desahucios diarios, con suicidios constantes, con escándalos permanentes. ¿Creen que es de recibo encender una hoguera como esa? 
Sinceramente, pienso que no. 
A no ser, claro está, que en ella quieran quemarse ustedes o, peor aún, pretendan quemarnos a todos nosotros.
En fin, si es que somos lo que somos. No hay más.



Raúl Mérida