1/3/13

Tres árboles con nombre de perro.




Estaba comiendo con un amigo, más que amigo hermano, hablando de todo un poco, de esas cosas de la vida sin importancia que al fin y al cabo, a menudo, son las que más la tienen, cuando de pronto, me contó esta historia.

- ¿Sabes?, pasó hace mucho tiempo, yo tendría diez u once años. Por aquel entonces teníamos en el campo, en casa de mis abuelos, al norte de la provincia, dos perros preciosos, grandes y cariñosos. Se llamaban Mina y Tino. Me pasaba la semana esperando  a que llegara el viernes para poder reencontrarme con ellos.
Un día llegó por allí otro perro y mi abuelo le abrió la puerta y le dejó pasar. Enseguida hizo buenas migas con los otros, debieron llegar al acuerdo de que a partir de entonces serían tres, tres para comer, jugar y sobre todo, para compartir la vida con nosotros.
Pero, pronto descubrimos que nuestro nuevo amigo escondía secretos y sorpresas, entre otras, su enorme facilidad para desaparecer, parecía magia, era capaz de escaparse del campo una y otra vez y volver cuando le apetecía, fíjate que, al final, le llamamos Mago. Lo malo, era que  ya no lo hacía solo,  siempre le acompañaban en su huida los otros dos.
Recuerdo perfectamente a mi pobre abuelo intentando descubrir por que lugar habían conseguido esta vez salir. Al principio nos hacía gracia, era divertido verle protestando, mientras los perros jugando, se escapaban de nuevo.
Sin embargo pronto empezaron los problemas. Nuestro vecino comenzó a protestar de los perros, a gritarnos, a insultarnos y, y también a amenazarnos.
Un día llegué a casa y me encontré a mi abuelo triste. Me dijo que hacía dos días que no sabía nada de los animales. Se habían marchado y no habían vuelto. Yo empecé a llamarles como lo hacía siempre, silbando. Estuve todo el día buscándolos. Al día siguiente igual. A la semana siguiente igual... Seguían sin aparecer pero yo continuaba llamándoles, silbando solo por el campo. Durante seis meses estuve buscándolos.

Un sábado por la mañana  me marché una vez más a recorrer los alrededores. Andaba despacio, parándome, llamándoles, silbándoles...
Entonces, desde una de las casas cercanas una vecina me llamó.  
- ¡Ven, acércate! Yo he visto a tus perros - el corazón me dio un vuelco y corrí hacia ella. Pensé que por fin los había encontrado. Me dijo: 
- Lo siento, lo siento pero tus perros ya no están... Una mañana pasaron por aquí delante jugando y se metieron en casa de tu vecino. Después escuché tres tiros y como, tras cada uno de ellos, se oía el grito sordo y seco de Mina, de Tino y al final de Mago...  Desde entonces, los he escuchado muchas veces, han retumbado en mis oídos los gritos y el sonido de aquella escopeta asesina. Pero, últimamente, lo que más daño me hace es oírte gritar sus nombres, sentir tu silbido... He llorado tantas veces viéndote buscarlos...
No pude contestarle, ni siquiera le di las gracias, sólo me di la vuelta y  llorando me marché...
Nunca se lo conté a nadie. Durante mucho tiempo dejé de ir al campo. Hasta que un día, decidí comprar tres semillas de árboles, de árboles que crecieran mucho, que fueran fuertes y bonitos, como lo eran mis perros y las planté y las cuidé como si los cuidara a ellos.
Hoy ya son árboles enormes que han conseguido que desde la ventana de mi habitación no vea el campo del vecino donde un día mataron a mis perros. Para muchos  que los vean, solo son tres árboles, ya ves, sólo tres árboles que tienen nombre de perro: Mina, Tino y Mago.