7/2/13

Cuando las cosas no son lo que parecen... Mentira

Había quedado con unos amigos para ir al teatro. Se suponía que íbamos a ver una comedia y la verdad es que la obra fue muy divertida. A través de sus parodias, de sus diálogos, intentaba acercarnos a la maternidad. Después de muchas risas, en la escena final, realizaron también una reflexión sobre el mundo de los niños. Una de las protagonistas se levantó y dijo algo así como que le gustaría volver a la niñez , a esa época en la que las mentiras no hacen daño a nadie, en el que todas las heridas se curan con mercromina. En aquel momento me pareció genial, aplaudí a rabiar e incluso me emocioné. Ya fuera del teatro, les decía a mis amigos que me había encantado la última frase. ¡Qué gran verdad!, cuando eres pequeño, todas las heridas se curan con mercromina...

Serían las 6 de la tarde y les vi entrar en el albergue. No se porqué pero desde el primer momento me llamaron la atención. Era una pareja de mediana edad, parecían matrimonio. Se notaba que a los dos les gustaban los animales pero, desde luego, lo de él era especial. Enseguida comenzó a acariciarlos a todos. Se acercó a una jaula y les ofreció sus manos. Ellos como siempre le olieron y empezaron a lamerle, a hacerle fiestas y alegrías. Después pasó a otra jaula y luego a otra. Así fue recorriendo todo el albergue, él saludaba a los perros y ellos, ellos le saludaban a él.


Después de un rato me acerqué y comenzamos a hablar, les pregunté si tenían perros y él me dijo que no, que de pequeño sí había tenido uno pero que ya no quería más. Me extrañó su contestación, lo había visto tan emocionado junto a ellos. No dije nada y me siguió contando: 

- Se llamaba Bubi y era precioso. Yo aunque, aunque tendría sólo 6 o 7 años, recuerdo perfectamente cuando lo trajo mi padre. Era diminuto, una bolita peludita. Mi madre enseguida dijo que ella no quería perros en casa pero, pero mi padre se empeñó y, y ya ves, en un momento dejé de ser el peque de la casa y pasó a serlo él. ¡Me encantaba!. Siempre quería acompañar a mi padre cuando lo sacaba a pasear y sólo, sólo quería que me dejaran estar a su lado. Te contaré un secreto, cuando me reñían o estaba triste, siempre acudía junto a él en busca de consuelo y aunque sólo me mirara, con dos de sus lametazos conseguía que todo quedara olvidado. Aún hoy cuando lloro, lo hecho de menos, ¡le quería tanto...!
- ¿Y qué pasó con él? - le pregunté. 
No contestó. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sin mirarme se marchó a otra jaula.
Al cabo del rato volvió. Me miró a los ojos y me dijo: 
- Lo abandonó mi madre. Fue un sábado por la mañana mientras mi padre estaba trabajando. A ella nunca le hizo mucha gracia. Cogió y lo subió en el coche. Nunca se me olvidará. Él iba en el asiento de delante y mis hermanos y yo, sentados detrás. Creíamos que nos íbamos de excursión. Mi madre dio cientos de vueltas por el campo y de pronto paró. Abrió su puerta y de un empujón, lo echó fuera. Nosotros íbamos también a bajar pero, pero ella nos gritó y arrancó el coche a toda velocidad. Mis hermanos y yo, gritando, llorando, le pedíamos que parara, que por favor parara. Mientras tanto, a través del cristal veíamos a Bubi como, corriendo hacía nosotros desesperado, cada vez se iba alejando más... Yo tenía 8 años. Nunca, nunca jamás se me olvidará. 
Después de contármelo, lloró durante un buen rato y más tarde, se marchó.

Y pensé: <<No, no. Mentira. De pequeño las heridas no se curan sólo con mercromina>>


Raúl Mérida