5/2/13

El cielo y el infierno

Hace algunos años, alguien me contó esta historia, una historia que marcó mi corazón desde entonces y que siempre intento recordar en los momentos difíciles.

Cuenta la leyenda que hace muchos años, un hombre paseaba por el campo junto a sus perros. Le gustaba salir al atardecer para respirar el aire que le traía el viento. Sus perros paraban para olfatear, muy intrigados, la distancia entre ellos y el cielo. Otras veces corrían persiguiendo las sombras que proyectaban las nubes sobre la hierba. Aquel hombre siempre pensaba que cada tarde era distinta y merecía ser vivida con toda la intensidad de la anterior, seguramente por eso, cerraba a menudo sus ojos para sentir más intensamente los colores del cielo, las sombras de la vida... 

Y caminando aquel día, llegó a una montaña enorme y decidió que debía subir a lo más alto para, desde allí, ver irse al sol y llegar a la luna. Así, comenzó poco a poco a subir con sus perros que caminaban tranquilos a su lado. El camino se volvía por momentos más difícil, cada vez más estrecho y complicado. De pronto ya no se podía caminar más y decidieron retroceder pero, resbalaron y cayeron todos rodando y, uno a uno, fueron dejando su vida en las laderas de aquella abrupta montaña. 

Sin embargo, cuando llegaron abajo ninguno era consciente de su muerte, así que se levantaron y siguieron andando como si nada. Andaban y andaban pero estaban agotados y sedientos... De pronto, vieron una especie de entrada a una finca hermosa y grande, la entrada era muy lujosa, repleta de adornos preciosos. Allí se encontraba un señor que salió a recibirlos. El hombre sediento le dijo al señor que era un sitio muy bonito y le preguntó que cómo se llamaba. 
El señor le dijo: 
- Éste es el cielo.
Y él contestó: 
- Qué suerte, qué bien, estamos en el cielo ¿Tendría un poco de agua para nosotros?
- Claro, por supuesto - le contestó - Para usted tenemos toda el agua que quiera pero, para sus animales no, ellos no pueden entrar, aquí no se admiten animales.
- ¿Cómo? Entonces yo tampoco quiero entrar ni beber, no podría beber yo y saber que ellos siguen sedientos -.
El hombre siguió pues, caminando por aquel camino interminable y llegó a otro portal, esta vez con una puerta pequeña y humilde. Y allí salió a recibirle otro señor y el hombre le dijo: 
- ¡Hola!, ¿tienen agua? ¿Podríamos beber aquí mis animales y yo? -. 
- Por supuesto - le contestó -. Allí tienen una fuente, beban todo el agua que necesiten -. 
Una vez habían bebido, se acercó de nuevo al señor y le preguntó: 
- ¿Cómo se llama este sitio? 
- Este lugar es el cielo - le dijo 
- ¿Cómo el cielo? Si hace un buen rato hemos pasado por otro lugar que nos han dicho que era el cielo. 
- Les mintieron, aquello no era el cielo, aquello era el infierno - les contestó el señor. 
- ¿Y cómo lo permiten?, ¿cómo permiten que utilicen su nombre tan vilmente? Deberían hacer algo inmediatamente... - le repuso el hombre.
- Se equivoca, nunca haremos nada. En realidad, ellos nos hacen un gran favor porque así nos aseguramos que nunca entrará aquí, en el cielo, alguien capaz de abandonar a sus amigos - .

Hace unos días, leyendo un libro de Paulo Coelho, descubrí que él recogía una historia parecida a ésta, así que ya no sé si quien me la contó la sacó del libro o el libro la sacó de la vida. Sea como fuere lo que no viene en el libro pero si en la vida, es que este verano, de nuevo, muchos animales perderán la suya en alguna de las carreteras de la provincia cuando su dueño decida abandonarlos en ellas. Lo que es seguro es que, si existe cielo, ninguno de estos abandonadores lo pisará jamás y lo que también lo es, es que todos esos animales irán derechos al cielo, hicieron méritos para ir a allí, de todas formas, en el infierno no se admiten animales.