14/2/13

Tú salvaste a cada uno de aquellos cachorros



Alicante. Albergue de animales abandonados. Recepción.
En la puerta de la oficina, apoyada sobre la reja, hay una chica llorando. Sobre sus brazos, apoyada entre sus manos lleva una caja mojada y rota de cartón y sobre ella, una bolsa negra de plástico, una bolsa de basura rota.
Le pregunté qué le pasa y ella sin hablar, intentando coger un poco de aire y de paso tragarse algunas lágrimas, me señala dentro de la caja. Miré y allí, allí los vi. 

Eran cinco, cinco gatitos muertos, cinco pequeños gatos recién nacidos, todos muertos. Sus cuerpos sin vida se entrelazan, envueltos, enredados, asfixiados entre ropas viejas y usadas. Cinco animales más que de nuevo, sin saber siquiera lo que era vivir, tuvieron que aprender a morir.
-  ¿Dónde los encontraste? - le dije. 
-  Estaban dentro de un contenedor de basura. Yo iba paseando, como cada tarde a mi perra cuando de pronto oí gritar, eran mitad gritos, mitad lloros, mitad suspiros... una especie de respiración profunda y quejosa que estallaba y se apagaba, que se apagaba y estallaba... Enseguida me puse a buscar, los oía muy cerca pero no los encontraba, miré por todos los lados, hasta que al final descubrí que los chillidos venían de donde estaba el contenedor de la basura. Me acerqué corriendo y sí, sí,  pude comprobar que aquellos lamentos salían de lo más profundo de los desechos, de lo más profundo de la basura. Comencé a sacar bolsas y bolsas como una loca,  hasta que por fin llegué al fondo del contenedor y allí, allí encontré una bolsa que parecía tener vida, una bolsa que gimoteaba y respiraba sola. Me asusté mucho,  los gritos que seguía oyendo,  se mezclaban con el sonido de mi corazón, que latía a toda velocidad... Entonces, pensé que sería un niño. 
-   ¡Claro!- dije en voz alta, - Un niño recién nacido o quizás...
-   Cuando los vi, no me lo podía creer. Eran cinco, los cinco que te traigo. Los cogí y los arropé rápidamente sobre mi pecho, pero ya ves, todo ha sido inútil... Cuando los saqué, algunos  todavía respiraban, pero se han ido muriendo entre mis manos, ni el aliento de mis palabras ni el calor de mis dedos ha sido bastante. No, ahora no puedo dejar de pensar en ellos, creo que ya nunca podré. Los tiraron vivos, vivos para morir aplastados, vivos para morir sufriendo. ¿Sabes? Hubiera dado cualquier cosa por salvarlos, lo que fuera por salvar a alguno de ellos...

Ella volvió a llorar y yo pensé que lo mejor era llevarme a los cachorros cuanto antes de allí y cuando volviera, intentar consolarla aunque hace tiempo aprendí que, a veces, el mejor consuelo para el que llora es simplemente seguir llorando.
Tardé dos o tres minutos en volver pero, cuando lo hice, ya no estaba. Se había marchado, supongo que debió pensar que lo mejor era irse cuanto antes y comenzar a olvidar, pero me dio mucha pena. Sí, porque  apenas había podido hablar con ella y hay algo que me gustaría que esté donde esté supiera, que me gustaría decirle, decirle que esté tranquila, que  ella los salvó, los salvó a todos aunque crea que nada hizo por ellos.  Aquella tarde cuando los sacó de aquel maldito contenedor,  ella  salvó a cada uno de aquellos cinco gatos, les salvó de morir gritando, chillando, les salvó de morir sufriendo. Les ofreció todo lo que pudo y tenía y aquellos cachorros que, iban a morir, pudieron al fin hacerlo entre la suavidad de sus dedos, el calor de su cuerpo y el amor de sus lloros.  Sí, ella los salvó, aquella tarde salvó a cada uno de aquellos cachorros. 



Raúl Mérida