Le
pregunté qué le pasa y ella sin hablar, intentando coger un poco de aire y de
paso tragarse algunas lágrimas, me señala dentro de la caja. Miré y allí, allí
los vi.
Eran cinco, cinco gatitos muertos, cinco pequeños gatos recién nacidos,
todos muertos. Sus cuerpos sin vida se entrelazan, envueltos, enredados,
asfixiados entre ropas viejas y usadas. Cinco animales más que de nuevo, sin
saber siquiera lo que era vivir, tuvieron que aprender a morir.
- ¿Dónde
los encontraste? - le dije.
- Estaban dentro de un contenedor de basura. Yo iba
paseando, como cada tarde a mi perra cuando de pronto oí gritar, eran mitad
gritos, mitad lloros, mitad suspiros... una especie de respiración profunda y
quejosa que estallaba y se apagaba, que se apagaba y estallaba... Enseguida
me puse a buscar, los oía muy cerca pero no los encontraba, miré por todos los
lados, hasta que al final descubrí que los chillidos venían de donde estaba el
contenedor de la basura. Me acerqué corriendo y sí, sí, pude comprobar que aquellos lamentos salían
de lo más profundo de los desechos, de lo más profundo de la basura. Comencé a
sacar bolsas y bolsas como una loca,
hasta que por fin llegué al fondo del contenedor y allí, allí encontré
una bolsa que parecía tener vida, una bolsa que gimoteaba y respiraba sola. Me
asusté mucho, los gritos que seguía
oyendo, se mezclaban con el sonido de mi
corazón, que latía a toda velocidad... Entonces, pensé que sería un niño.
- ¡Claro!- dije en voz alta, - Un niño recién nacido o quizás...
- Cuando los vi, no me lo podía creer. Eran cinco, los cinco que te traigo. Los cogí y los arropé rápidamente sobre mi pecho, pero ya ves, todo ha sido inútil... Cuando los saqué, algunos todavía respiraban, pero se han ido muriendo entre mis manos, ni el aliento de mis palabras ni el calor de mis dedos ha sido bastante. No, ahora no puedo dejar de pensar en ellos, creo que ya nunca podré. Los tiraron vivos, vivos para morir aplastados, vivos para morir sufriendo. ¿Sabes? Hubiera dado cualquier cosa por salvarlos, lo que fuera por salvar a alguno de ellos...
- ¡Claro!- dije en voz alta, - Un niño recién nacido o quizás...
- Cuando los vi, no me lo podía creer. Eran cinco, los cinco que te traigo. Los cogí y los arropé rápidamente sobre mi pecho, pero ya ves, todo ha sido inútil... Cuando los saqué, algunos todavía respiraban, pero se han ido muriendo entre mis manos, ni el aliento de mis palabras ni el calor de mis dedos ha sido bastante. No, ahora no puedo dejar de pensar en ellos, creo que ya nunca podré. Los tiraron vivos, vivos para morir aplastados, vivos para morir sufriendo. ¿Sabes? Hubiera dado cualquier cosa por salvarlos, lo que fuera por salvar a alguno de ellos...
Ella
volvió a llorar y yo pensé que lo mejor era llevarme a los cachorros cuanto
antes de allí y cuando volviera, intentar consolarla aunque hace tiempo aprendí
que, a veces, el mejor consuelo para el que llora es simplemente seguir
llorando.
Tardé
dos o tres minutos en volver pero, cuando lo hice, ya no estaba. Se había
marchado, supongo que debió pensar que lo mejor era irse cuanto antes y comenzar
a olvidar, pero me dio mucha pena. Sí, porque
apenas había podido hablar con ella y hay algo que me gustaría que esté
donde esté supiera, que me gustaría decirle, decirle que esté tranquila, que ella los salvó, los salvó a todos aunque crea
que nada hizo por ellos. Aquella tarde
cuando los sacó de aquel maldito contenedor,
ella salvó a cada uno de aquellos
cinco gatos, les salvó de morir gritando, chillando, les salvó de morir
sufriendo. Les ofreció todo lo que pudo y tenía y aquellos cachorros que, iban
a morir, pudieron al fin hacerlo entre la suavidad de sus dedos, el calor de su
cuerpo y el amor de sus lloros. Sí, ella
los salvó, aquella tarde salvó a cada
uno de aquellos cachorros.
Raúl Mérida