22/2/13

Un mundo perfecto



Y por fin me dormí, y por fin soñé... Soñé con un mundo distinto, un mundo de amor, un mundo de saludos sinceros, de alegrías verdaderas, sin risas falsas, ni lágrimas de cocodrilo, un mundo de verdad, auténtico, sin mentiras ni engaños...
Y soñando, soñé que amanecía en el albergue, que el sol poco a poco calentaba cada rincón de las jaulas, que los perros, que los gatos, se estiraban saludando a la mañana.
Soñé que en la puerta del albergue, a las 8 de la mañana, cientos de personas esperaban para entrar. Que nos acercamos a ellos y a gritos les fuimos preguntando  qué querían: "¡Un perro!", gritaron unos, "¡Un gato!" dijeron los otros...
Pero ¿cómo? Les preguntábamos los motivos, el porqué  de su decisión... Uno nos dijo que siempre había tenido perro pero que el último con 17 años se le había muerto hacía un mes y entonces lloró. Otro nos dijo que ya tenía otros gatos pero que siempre había un hueco para un necesitado: "Quiero el que peor esté, el que jamás saldría adoptado.

Y así, uno a uno les fuimos preguntando a todos los futuros adoptantes y todos nos gustaron. Sí todos parecían buenos dueños, los mejores,  personas responsables que aún sabiendo de los sacrificios que conllevaba tener un animal de compañía, aún conociendo las necesidades de éstos y estando dispuestos a cubrir todas ellas, querían iniciar la maravillosa y mágica aventura de tener un animal de compañía. 
¿Era posible tanta suerte?

Y fueron saliendo adoptados todos, uno tras otro; Sol, Melenas, Óscar, Tristán... "¡La jaula 7 ya está vacía" gritó un voluntario "Ahora seguimos con la 8"- gritó otro. Azúcar, Tula, Tímido... otra vacía.
Y se fueron marchando uno tras otro, camino de un nuevo hogar. Aquella mañana cambiaron sus jaulas por el salón de una casa, los fríos barrotes, por una familia, el áspero roce  contra las paredes, por las más cálidas  caricias ...
Y el albergue se fue poco a poco quedando vacío. Ni un solo perro abandonado, ni un solo gato...

El teléfono también sonaba continuamente era gente que nos llamaba, como todos los días, pero las llamadas eran distintas, las consultas, completamente diferentes: una señora quería  que nos ocupáramos personalmente de felicitar a su vecino por lo bien que tenía a su perro: "Envíenle una carta por favor", nos dijo, "Se la merece, ustedes no se pueden imaginar cómo tiene a su perro, cómo le cuida, cómo le quiere". Otra persona nos pedía  consejo sobre si era mejor que su gato durmiera sobre una colcha de lana o mejor de algodón: "No quiero que pase frío, lo que mejor sea para él", otra me confesaba  que su perro era demasiado cariñoso, que si conocía algún adiestrador para corregir ese comportamiento, que si no, daba igual, pero hombre, si se podía corregir algo...

En la puerta de la entrada volvía a haber gente, de nuevo eran muchos pero ya no nos quedaban animales. Nos acercamos a ellos, llevaban en brazos a sus perros, a sus gatos... Les preguntamos qué querían y nos dijeron que nos los traían para que viéramos lo bien que los tenían, todos habían sido adoptados del albergue, del nuestro y de otros. Todos querían  contarnos cuanto querían a su perro.

Y me marché camino de casa y puse la radio y las noticias anunciaron que el abandono de animales había desaparecido, que el maltrato ya sólo sería un capítulo más de los libros de historia.
Y lloré, lloré de alegría y llorando desperté. 
Sí, todo había sido un sueño, el más bonito de los sueños. Y  me fui al albergue y en la puerta encontré como en el sueño, cola, pero esta vez como siempre, era para abandonar a su perros. 
Y entré y las jaulas estaban repletas... Y el teléfono de nuevo no paraba de sonar pero, también de nuevo, era para denunciar el estado en el que algunas personas mantienen a sus perros...

Y sí, maldije el mundo en el que vivimos, pero no quise volver a soñar, no porque  los sueños solo pueden lograrse trabajando pero no durmiendo. Tenemos un nuevo año por delante, intentemos aprovecharlo, ellos se lo merecen.