4/3/13

Pirata




Acabábamos de empezar un nuevo día. El teléfono no paraba de sonar y comenzaba a oírse el bullicio de una larga cola que se había formado en la puerta del albergue.
De pronto, llegó un coche que hizo el silencio, todos se apartaron de la puerta  y lo dejaron pasar. El vehículo entró velozmente  y se dirigió hacia la recepción donde frenó en seco. De él se bajo un chico  llamando a gritos al veterinario, sobre sus manos parecía llevar una sucia manta que perdí de vista en cuanto se metió en la clínica.

Corrí para ver que sucedía. No, estaba claro que no era una manta porque tras de sí iba dejando un amargo rastro de sangre.
Por fin abrí la puerta de la clínica y pude ver que ocurría. El chico sobre sus brazos llevaba a un pequeño pekinés canela y blanco malherido.
Un compañero lo cogió en brazos y lo depositó sobre la camilla para que pudiera verlo el veterinario. El espectáculo era dantesco, el animal lleno de sangre llevaba uno de sus ojos colgando y ensangrentado, perdido para siempre.
La persona que lo había traído se lamentaba, lo había encontrado al borde de la carretera, atropellado, desangrándose. Nos contó que ningún coche paraba a auxiliarle, todos se limitaban a apartarse para no pasar por encima, mientras él se revolvía sobre el asfalto.
En cuanto lo vio frenó en seco y paró a ayudarle. Lo recogió y nos lo trajo.

-      Es curioso - nos dijo -, venía escuchando en la radio la cantidad de abandonos de animales que se producen al año  y voy me lo encuentro de lleno. ¡Son unos asesinos!
-     Tranquilo - le dije -, éste no puede ser abandonado, éste seguro que tiene dueño. Se le habrá escapado a alguien que dentro de poco llamará buscándolo. Se le ve cuidado.
El chico al cabo del rato, se marchó más tranquilo.
Entré en el quirófano y allí estaba el veterinario operándole el ojo. Le pregunté si sobreviviría y me dijo que sí, pero que el ojo lo había perdido para siempre... Unas horas más tarde el pequeño pequinés despertó de la anestesia y comenzó su recuperación.

Al día siguiente marché a la radio y empecé a buscar al dueño de aquel perro, seguía convencido de que no podían haberlo abandonado y comencé una campaña de búsqueda que con la publicación de esta carta en el periódico terminó.

Han pasado los días y Pirata, así lo hemos llamado, ha ido de nuevo despertando al mundo. La herida del ojo poco a poco se le está curando y él, cada día, se encarga de enseñarnos lo mejor de su carácter: cariñoso, tranquilo, dulce... ¡La verdad es que  se ha convertido en todo un personaje del albergue!
Ya, ya sé que nadie quiere problemas y si adoptar un perro ya es complicado, más aún lo es si a éste le falta un ojo... Ya, también lo sé, sé  que él solo puede ver ya la mitad de la vida, pero yo creo, estoy convencido, que si lo conocieran no les importaría nada…  Y a él tampoco, si en esa mitad pudiera encontrar una nueva familia que lo acepte como ahora es, como un auténtico pirata.