24/1/13

Yo, de mayor, quiero ser un piso


Yo, de mayor, quiero ser un piso. Uno de esos con dos o tres dormitorios, su cocina y su aseo. Me da igual grande que pequeño, pero, lo tengo claro, yo, de mayor, quiero ser un piso, porque todos lo desean. Si el inquilino no lo quiere, lo quiere el dueño. Si el dueño no lo quiere, lo quiere el banco. 
Un piso lo quiere todo el mundo. Tiene cuatro años. Puede que para un perro no sea mucho. Al fin y al cabo, no son más de veinte en una persona.

Pero para un animal abandonado, en busca de familia, cuatro años pueden ser una eternidad. Quizá por eso, cuando su dueña se vio obligada a entrar en una residencia por graves problemas de salud y, sobre todo, de soledad, nos llamaron para recogerlo. Dicen que habían intentado encontrarle otro hogar, pero que no lo consiguieron. 

Hoy "Quisco", así se llama nuestro protagonista, vive en el albergue de Alicante. Representa a otros muchos perros que, como él, reciben olvido como premio a toda una vida dedicada a sus dueños. A menudo los traen los hijos cuando sus padres enferman o fallecen. En estos últimos casos siempre suele ocurrir igual. Ninguno de sus familiares quiere al perro, al canario o al gato.
Pero, eso sí, todos quieren el piso donde la persona vivía. Nunca escuché de un apartamento que los herederos abandonaran. Nunca conocí chalet, bungalow, piso o vivienda olvidada por los hijos cuando su padre o su madre fallecen.

Sin embargo, no puedo decir lo mismo de los animales que en ellos vivían. He visto entrar en el albergue a muchos. Llegan hundidos, tristes de pura pena al sentir que han fallecido aquellos a los que adoraban. Huérfanos de dueño. Con la mirada clavada en el suelo. Orejas gachas y rabo entre las piernas.
Los traen los famosos herederos, hombres y mujeres de carne y hueso que dicen siempre no poder tenerlos mientras escrituran el resto de bienes a su nombre. Está claro, el ser humano ama el ladrillo. Adora pasillos, salones y dormitorios. En fin.

Quién sabe si, a base de tanto amor, no acabará también teniendo el corazón de hormigón y cemento. Quisco vive en la Jaula número 8 del albergue de animales abandonados de Alicante. Es pequeño, tranquilo y muy reservado. Ajeno a cualquier algarabía, no sabemos si es triste por carácter o porque la vida no le ha dado muchas alegrías. Camina despacio hacia su paseo diario y vuelve también sin prisa hacia su jaula, sabiendo que mañana será igual que hoy, otro día lleno de recuerdos del pasado que tendrá poco a poco que aprender a olvidar



Raúl Mérida