10/1/13

Gaspar es nombre de rey

Las llamadas desde el Ayuntamiento se sucedían: -"Un edificio de Alicante, en la calle José Luis Barceló, está siendo desalojado. Se ha hecho para proteger la vida de los ocupantes del mismo", me informaban.

La verdad es que lo sabía. Aquella mañana había leído la noticia en este mismo periódico. Por lo que me llamaban a mí desde Sanidad y desde Asuntos Sociales es porque muchas de esas personas tenían animales y necesitaban que, al menos durante unos días, nos hiciéramos cargo de ellos.


-"¡Claro! Es normal - pensé -¿Cómo no caí antes?". El Ayuntamiento había cuidado que las familias fueran alojadas en un polideportivo mientras les buscaban una casa, pero ¿qué podían hacer mientras tanto con los animales?.
A las cinco en punto, a la hora solicitada, estábamos allí.
Nada más llegar vi a Gaspar Mayor. 
El gerente del Patronato Municipal de la Vivienda estaba atendiendo a todo el mundo. Hablaba con las familias y, con todo el cariño y la paciencia del mundo, les explicaba a cada una de ellas que aquella actuación se hacía sólo por su bien, por su seguridad y que serían atendidos todos ellos. 
Pude saludarle personalmente y escuchar algunas de sus palabras, todas cargadas de humanidad y comprensión, dirigidas a aquellos pobres vecinos que perdían en muchos casos lo único que tenían, un techo bajo el que vivir.
Mientras tanto, educadores y trabajadores sociales tampoco paraban. Ellos atendían todas las necesidades de cada persona y les intentaban tranquilizar. Sabían que no era fácil para ninguno de ellos. En aquel edificio quedaban los recuerdos de toda una vida. 
También la Policía Local atendía y cuidaba por la seguridad del lugar. Los vecinos bajaban sus pocas pertenencias a la calle. El ir y venir de la gente era continuo.
Nos presentamos e inmediatamente buscaron a las personas que tenían animales en sus casas. Uno a uno, sin querer, pero sabiendo que era lo mejor para ellos, los fueron bajando de sus pisos.
Un gato, otro y otro más.
Perros, canarios y hasta un periquito fuimos acomodando en la furgoneta para llevárnoslos de allí.
Hubo lágrimas de despedida y abrazos a sus animales.
Sabían que no podían llevárselos, pero también tenían una promesa: sería sólo durante unos días.

Y así fue. Durante las fiestas, poco a poco, muchos de ellos fueron pidiéndonos que se los devolviéramos y, como si fuera un regalo de reyes, recuperando a sus animales.
Primero una familia, luego otra. Cada llamada que recibíamos era una fiesta. Por un lado, significaba que esas personas ya tenían una nueva vivienda. El Ayuntamiento, desde Asuntos Sociales y el Patronato de la Vivienda, iba cumpliendo su palabra.

Y, por otro, lo reconozco, era tan emocionante vivir historias de animales del albergue con un final feliz.




Raúl Mérida