Fue una de las primeras veces que me decidí a dar a conocer la historia de algunos de los animales del centro.
Ésta es la historia de VIDA
¡VIDA!
Nació en una pequeña cueva excavada en uno de los barrios de Alicante. Su madre entre unos botes vacíos, unas bolsas de basura deshechas y una alfombra de jeringuillas usadas, construyó una cuna y uno a uno, según nacían, los fue acomodando en ella. El parto duró poco, en unos minutos cuatro preciosos cachorros abrían sus ojos a la oscuridad de la cueva.
Las primeras horas fueron muy duras, terriblemente duras. La madre los lamía una y otra vez para protegerlos y se los acercaba ofreciéndoles el calor de su cuerpo. Pero todo era inútil, el frío, la humedad de la noche y sobre todo el hambre, intentaban apoderarse de alguno de sus cachorros. Y al final lo consiguieron, se llevaron al más débil, al más pequeño de todos. Su madre lo apartó con la boca y lo sacó fuera de la cueva.
Luego volvió de nuevo dentro. No había tiempo para duelos ni tristeza. Sus hijos se agolpaban los unos sobre los otros intentando vencer el frío y ella se tumbó junto a ellos, ofreciéndoles el escaso alimento que su cuerpo poseía. Llevaba demasiado tiempo abandonada. En los últimos días apenas había comido y su cuerpo era un conjunto de huesos tapados por una fina piel.
Llevaba allí escondida una semana, prácticamente desde que sus dueños, molestos e incapaces ante el parto que se avecinaba, habían decidido dejarla abandonada.
– Alguien se la quedará – pensaron. Pero sólo la calle fue generosa y se hizo cargo de ella. Le ofreció el asfalto para pasear, los contenedores de basura para comer y una pequeña cueva donde parir. Eso fue todo lo que encontró...
Aquella noche parecía que nunca iba a acabar. El ruido ensordecedor de los cachorros inundaba el eco de la cueva. La madre intentaba acallarlos, pero todo era inútil, lloraban y lloraban.
No quería que nadie supiera que estaban allí. Y al principio lo consiguió, pero al cabo de unas semanas alguien los descubrió. Ella defendió ferozmente a sus crías y a su escaso territorio de apenas medio metro. No dejaba que nadie se acercara, que nadie les tocara... Sabía que sus crías corrían peligro y quería defenderlas a toda costa.
Todo fue inútil, no sé quien fue, ni porque lo hizo, pero alguien cogió un depósito de gasolina, roció la entrada de la cueva y le prendió fuego. Luego se marchó.
Ella con su cuerpo débil y tembloroso, cogió uno a uno a sus cachorros y los metió tan adentro como pudo y allí se tumbó junto a ellos...
Un vecino que vio la escena se lanzó a apagar el fuego y nos llamó. Todos estaban muertos.
Cuando llegamos vimos la entrada de la cueva calcinada. Las llamas no habían llegado hasta dentro pero sí los gases, que como un veneno se habían instalado en sus pulmones. Empezamos a sacarlos uno a uno, primero a la madre, luego a una de las crías, luego... Y entonces se produjo el milagro. Oímos unos gritos, unos pequeños ladridos que nos llegaban desde el fondo. Alguien gritó ¡vida, hay uno con vida dentro!... No sé, aún no sé como pudo salvarse, pero allí estaba, un precioso cachorro apareció ante nosotros aferrado a la vida. Y así le llamamos, Vida.
Raúl Mérida