1/3/15

El niño lobo

Son dos lobos ibéricos y les aseguro que, aunque se parezcan, nadie jamás podría confundirlos con un par de perros porque, entre otras cosas, por encima de todo, portan sobre sus cuerpos y sus miradas la más pura estirpe de la vida salvaje.

Y no, no están en nuestro santuario por gusto. Lo están por pura necesidad.
A Lupus, el macho, lo recogimos cuando el zoo en el que vivía pidió autorización para su sacrificio. Afortunadamente, alguien nos llamó. 
A veces pienso que cuántos morirán sin que nos enteremos, sin que ni siquiera podamos intentar salvarlos. 
Por otro lado, si no existen centros como el nuestro en toda Europa, si no hay ayuda económica alguna para la labor que desarrollamos, ¿qué futuro puede aguardarles a todos ellos?
Iris, la hembra, fue rechazada por su grupo. Eso en el mundo de los animales es una desgracia infinita. Significa  peleas, ataques y, a veces, hasta la propia muerte.

Ahora viven los dos juntos en el Arca. Se han hecho amigos. Se entienden.  Se respetan y protegen.  
Cada uno recorre milimétricamente la senda que sus propios pasos ha acabado dibujando sobre el terreno, caminan continua e incansablemente, no paran nunca… Sólo se tumbann para  dormir y refugiarse juntos del relente y la soledad de la noche.
Son recelosos, valientes y miedosos a la vez, escurridizos, esquivos y tan misteriosos que nunca sabes que pensar… 

Quizás, por eso, hay veces que, sin poder evitarlo, al verlos, recuerdo  aquella historia que sucedió en España hace algunos años, aquella que tuvo por protagonistas a unos lobos y a un pequeño niño abandonado.

Añora. Córdoba. 1946. 
Aquel año España seguía sumergida en la marginación más oscura y la peor hambruna de la posguerra. Cuentan que  desaparecieron hasta las ratas porque, por un lado, nada tenían éstas que comer y, por otro, eran muchas las personas que se alimentaban de ellas. 
La familia de Marcos Rodríguez era una de esas.  Sin nada, sin absolutamente nada, con la piel pegada al estómago a fuerza de no comer, llegaron al extremo de   decidir vender a su hijo. 
El comprador fue un rudo y duro pastor de cabras de la zona, conocido en la comarca tanto por sus nulos escrúpulos como por sus salvajes costumbres.
Marcos, con tan solo 7 años de edad, comenzó a cuidar de su ganado en  plena Sierra Morena. 

Los primeros días la convivencia resultó brutal para él. Golpes por la mañana, restos de animales crudos para comer al medio día y palizas para dormir… 
Y, siendo malo todo aquello, aún se convirtió en peor cuando una mañana, de pronto y, sin más, descubrió que aquel infame pastor y su rebaño habían desaparecido y lo habían dejado totalmente abandonado.
Quedó solo y totalmente desvalido en lo más profundo de la  sierra.
Las primeras horas fueron tan, tan duras, que todo hacía presagiar que más bien serían las últimas en la vida de Marcos. 

Pero, quiso la extraña fortuna que una manada de lobos de la zona, al encontrárselo, en vez de atacarlo, matarlo y comérselo, como hubiera dictado cualquiera de las leyendas negras que acompañan a estos animales, decidieran justo lo contrario.
Al verlo tan indefenso e inofensivo, se dedicaron a protegerlo, cuidarlo y salvarlo, aceptándolo como uno más de la manada. 
Los lobos comenzaron a  compartir con él comida, cobijo y, lo que era aún más importante, su calor… Y así, aquel niño, durmiendo entre ellos dentro de una cueva, pudo sobrevivir a  los bajo ceros de las madrugadas.

Marcos se integró totalmente en su mundo y se olvidó del nuestro. Aprendió a andar como ellos, a caminar apoyando sus manos sobre el suelo, a hablar en su lenguaje de aullidos y hasta a olfatear lo que ocurría más allá de donde la vista le podía alcanzar.
Y, no crean, pasó mucho, mucho tiempo así hasta que, a los doce años de edad, fue  descubierto por la Guardia Civil. 
Lo encontraron corriendo entre la manada cuando todos juntos huían de una cacería organizada para matarles. 
Los agentes no podían creer  lo que veían, aquel que corría entre todos los lobos, era sólo un niño… 

Hoy Marcos tiene 70 años y vive en Galicia. Su historia es una leyenda pero una leyenda real.  
Le gusta repetir una y otra vez, a todo aquel que quiera escucharle, que la vida que lleva ahora es más mala que aquella que llevó entre los lobos <<pero mucho más>>, añade siempre. 
Y dice que, si hay algo que nunca llegará a entender, es que haya personas capaces de hacer daño a un animal. 

Así que, ya ven, cuando ahora, todos los días, veo correr a los lobos que tenemos recogidos en el Arca o escucho sus aullidos al anochecer, pienso siempre si no serán nietos  o biznietos de aquellos otros que protegieron a aquel niño, los que lo cuidaron, los que lo salvaron… e inevitablemente me pregunto igual que Marcos, ¿cómo es posible que alguien pueda hacerles daño?


Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda. Más información en: www.fundacionraulmerida.es  o www.animalesarcadenoe.com