¿Han visto alguna vez a un perro abandonado? ¿Creen que todos los animales que se encuentran sueltos o andando libremente por la ciudad, van siempre acompañados por sus dueños? Si piensan que sí, se equivocan.
Los encuentras olisqueando el asfalto, concentrados en los mil olores que llenan el aire de cualquier ciudad. Siempre alertas, siempre atentos, siempre buscando algún rastro que les pueda llevar de vuelta a casa.
Y, por increíble que parezca, no son ni uno ni dos. Más de medio millón sólo el año pasado.
Sin embargo, siempre me sorprende que hay gente que, ante la cifra anterior, se extraña. A éstos siempre les pregunto si ellos alguna vez se encontraron a alguno. La respuesta es unánime, todos te dicen que no. ¿Cómo es posible? ¿Será verdad que para ver, realmente, antes hay que mirar?
A lo largo de mi vida, por desgracia, yo he visto a muchos… Y, por fortuna, no he olvidado a ninguno de ellos.
Es curioso, normalmente, las personas cuando tienen animales cuentan su vida en base a los perros o los gatos que han tenido. En mi caso, son los animales maltratados o abandonados los que marcan las fechas de mi vida.
Por ejemplo, aquel perro al que unos chicos echaron gasolina y prendieron fuego sin importarles nada o aquel otro que apareció muerto y diseccionado en la puerta de su casa, me sitúan claramente al final de los años noventa
Unos meses más tarde, una mañana de domingo, mis recuerdos me llevan a una vía perdida de tren, donde alguien había atado a los raíles a un pobre pastor alemán. El animal había sido arrollado por un cercanías.
Tras éstos llegaron otros muchos casos... Unos arrojados desde balcones, otros envenenados, otros tirados al mar...
También el abandono marca mi calendario con sus repetidas e idénticas historias, por cierto, siempre en las mismas épocas.
Por ejemplo, la primavera es temporada alta en el abandono de camadas. Miles de cachorros muertos de miedo aparecen en toda España junto a contenedores de basura. ¿Para cuándo una conciencia nueva sobre la importancia de la esterilización?
El verano, sin embargo, es época de abandono de regalos. Muchos de los perros y gatos que llegan a los hogares cerca de Navidad son obligados, año tras año, a cambiar el salón de la casa por el asfalto de la ciudad, cuando sube el calor.
Y, ya ven, así, un mes tras otro… ¿Y febrero? ¿Es también especial?
Pues sí, por desgracia, sí… Estamos en pleno abandono anual del perro de caza.
La temporada, prácticamente, terminó y, como todos los años, comienzan galgos, podencos, bracos, pointer y, perros de caza en general, a aparecer solos y perdidos en los alrededores de la ciudad.
Dicen las estadísticas que, este año, de nuevo, se contarán por miles en toda España.
Y, ya ven, siendo una cifra infinita y maldita, aún esconde algo peor… La realidad de todos aquellos que no llegarán si quiera a ser abandonados porque antes serán ejecutados por sus dueños.
Me refiero a todos esos desdichados que todos los años aparecen en estas fechas ahorcados en árboles secos de bosques perdidos, campos oscuros y escondidos, recónditos lugares sin nombre conocido, que yo siempre imagino que, a partir de ese momento, se llaman como cada uno de los perros que en ellos mueren. Territorio de Lucero, Perla, Canelo, Luna… En fin.
Pobres animales que, al final, son noticia de un solo día. Aparecen sus cuerpos, nos conmocionan sus imágenes. Las protectoras de animales denuncian y protestan, con razón, indignadas, las asociaciones de cazadores reclaman su derecho a que no se les considere a todos iguales… Y, días más tarde, desaparece el hallazgo de los medios y pasan, de nuevo, al silencio. Pero, no crean, no al olvido…
Porque cada uno de esos cementerios clandestinos de animales son una de las mayores vergüenzas de España… Y porque, al revés de lo que pasa aquí, en países como Alemania, Holanda o Francia, durante todo el año, las televisiones naciones emiten, por cierto, en prime time, imágenes de cómo tratamos en nuestro país a los animales porque, no se equivoquen, en eso, desde luego, no somos europeos.