30/11/14

Palabras que nunca debieron ser inventadas

Existen palabras que, sólo con oírlas, consiguen que, todo lo que creías importante hasta ese momento, deje de serlo… El  Cáncer es una de ellas. 

Verano del 2014.
Trece, quizás, catorce años recién cumplidos. A esa edad otros niños andan todo el día pensando en amigos o juegos de ordenador pero, él sólo tenía un sueño: llegar a ser mayor.  
Lo conocí hace unos meses. Me llamó su padre por teléfono y me contó su historia: 
<<Un día te piden autorización en el cole para una revisión médica rutinaria y tú firmas el papel a tu hijo sin pensar en nada más. Es normal, ¿no? Al fin y al cabo, lo mismo que todos los años... Pero, esta vez, tras verlo el médico, te llaman por teléfono y te piden que vayas a hablar con ellos y, sin que pronuncien una sola palabra más, en ese mismo instante te das cuenta que a partir de ese momento,  nada volverá a ser igual. 
 Hemos visto algo extraño - te dicen - No sabemos aún qué es pero, a priori, nos preocupa.
Luego vienen las pruebas… Una, otra, otra más…  Analíticas, estudios, muestras…  Y así, hasta que el diagnóstico final se va acercando poco a poco a ti. Y  un día llega tu médico y te lo explica como puede. Leucemia, nos dijo. 
En ese mismo instante tu mundo desaparece, se hunde. A partir de ese momento tu trabajo, tus problemas, tu vida tienen sólo un nombre: cáncer.
Y llegas a casa y, como puedes, enmascaras todo ante él  con una sonrisa.  
Y los días pasan a durar como años. Cada minuto se llena de pensamientos mientras, inevitablemente, lloras y lloras. ¡Si es sólo un niño!, piensas una y otra vez. 
Menos mal que, mientras los demás nos hundíamos,  afortunadamente, él siguió luchando. 
Y llegaron los tratamientos, las sesiones interminables de quimio y, finalmente, cuando parecía que perdíamos la batalla, llegó la esperanza de un posible trasplante. Fíjate, ayer nos llamaron. No me lo podía creer. Volví a llorar de nuevo pero, esta vez, de alegría. Teníamos la posibilidad de un trasplante para él  ¿Te imaginas?
Por fin nacía una oportunidad… Por eso ahora tenemos que marcharnos fuera en busca de ese milagro. Ya lo hemos arreglado todo pero, falta algo muy importante, falta nuestro perro. Él, como te puedes imaginar, no puede venir>>

Sentía la emoción de aquel hombre a través de sus palabras. Me contó que sin familia y sin nadie que se lo quisiera quedar, se había acordado de nosotros. Quería pedirme que le buscara una nueva familia, un nuevo hogar para él, no era seguro que pudieran volver a tenerlo y no querían que viviera en una jaula para el resto de su vida. Y, así, ese mismo día quedé con ellos en su casa y los conocí a todos. Fue muy emocionante. Recuerdo que me fundí en un abrazo con aquel chico que me recibió con su gorra roja y  su mejor sonrisa.
─ ¿Ves? - le dijo a su perro al verme -, ellos te cuidarán. Encontrarán un nuevo hogar para ti. ¡Pórtate bien, por favor! Tienes que ser tan buen perro como lo fuiste conmigo. Ya sabes que estaré fuera una temporada curándome y que no puedes venir… Pero, estarás bien ¡Seguro! 
El perro le miraba, probablemente, sin entender nada pero, durante aquellos instantes interminables,  pude sentir la infinita tristeza en los ojos de los dos al despedirse.
Y al final me lo llevé al albergue y, a partir de ese momento, empezamos a buscar una nueva familia para él… Pero, nunca hubo suerte. Nadie lo adoptó.
Tampoco supe nada más de su dueño durante meses hasta que, la semana pasada, de pronto, me llamó. 
Es curioso. Ya no lo sentí un niño como aquel día que lo conocí. Quizás no había pasado mucho tiempo desde entonces pero, supongo que sí muchas cosas, y aquel chico se había convertido  ya en un hombre. 
Me contó que estaba aún recuperándose pero que, poco a poco, se iba encontrando mejor. Quería tener alguna noticia de su perro, saber si estaba bien. No le dije nada. Le invité a que viniera al albergue y que nos viéramos en persona.
Mientras él llegaba fui a ver a su perro  pero, entonces, algo sorprendente pasó…  Al verme acercarme a  él, sin más, comenzó a ladrar y a saltar desde su jaula.  No sé cómo pero, creo que, de alguna forma, en ese mismo instante sintió que su dueño iba a venir a por él… Supongo que hay razones que sólo entiende el corazón.
Media hora más tarde ambos se reencontraron en el albergue y se fundieron en un abrazo  que, según me cuentan sus padres cuando hablo con ellos, aún no ha terminado.

Raúl Mérida