En su casa: Llegaba tarde a la academia, como siempre. Le dio un beso a sus padres tan rápido que, en realidad, se lo dio al aire. Gritó: ¡Adiós!, mientras con su mano decía: ¡Hasta luego!. Se montó en la moto y se marchó a toda velocidad...
En el Hospital: Tres día más tarde despertó del coma. En cuanto abrió los ojos, preguntó qué hacía allí. Su madre no le contestó, no pudo. Llorar y hablar al mismo tiempo a veces resulta imposible.
Su hermana se acercó a él y mirándole a los ojos, le cogió la mano. Lo hizo tan fuerte que sintió que se la quemaba.
Dos semanas más tarde aún luchaba simplemente por vivir. Ya sabía que no volvería jamás a andar.
En el Centro de rehabilitación: Sus piernas estaban destrozadas, casi tanto como su ánimo. Se preguntaba cada día si no hubiera preferido morir. Se rebelaba contra el mundo y a solas, lloraba tanto como podía. Pero, en esta vida se acaba todo, hasta las lágrimas y un día se le secaron. No volvió a llorar, tampoco volvió a sonreír.
A partir de ese momento, resignado, aceptó que, al menos, debía luchar por salvar sus brazos, le harían más falta que nunca... Moverse en una silla de ruedas no resulta nunca fácil.
En su casa: Le habían dado el alta hacía varias semanas. Resultaba curioso pero que diferente era ahora. Cada escalón parecía un obstáculo insalvable, cada puerta un estrecho corredizo por el que apenas cabía... Todo resultaba muy complicado, todo imposible. Se sentía atrapado, extraño...
En la calle: Si su casa era una batalla diaria, la calle era la guerra. Se pasaba el día intentando encontrar una rampa por la que bajar y cruzar la calle, un trozo de acera en el que, algún coche aparcado sobre ella, no le impidiera pasar. Al final dejó de salir y se encerró en sí mismo.
En su mente: Se olvidó de vivir, de sentir... Pensó que si deseaba con todas sus ganas morir, moriría pronto. Dejó de luchar y pasó varias semanas sin hablar, mirando solo al cielo: morir, morir, morir...
De nuevo se equivocó, la muerte llega sólo cuando no se espera, cuando más se desea vivir...
De nuevo se equivocó, la muerte llega sólo cuando no se espera, cuando más se desea vivir...
Su familia: Estaban desesperados. Se preguntaban cada día el porqué de todo aquello ¿Era posible que un accidente pudiera romper la vida a toda la familia?
Hablaron con especialistas, con familiares, con asociaciones... Un experto les propuso acoger un perro – ¿Un perro? - dijeron ellos.
– Sí, un perro. Un perro de asistencia, de asistencia para todo. Un amigo que le ayude a vivir y a la vez le acompañe. Le recomiendo un perro.
– Sí, un perro. Un perro de asistencia, de asistencia para todo. Un amigo que le ayude a vivir y a la vez le acompañe. Le recomiendo un perro.
Pensando en todo ello, se marcharon para casa y cuando llegaron se lo dijeron a él. No contestó...
Su perro: Llegó a casa un mes más tarde. Entró oliendo cada rincón de su nuevo hogar. Enseguida lo vio a él al fondo. Estaba sobre su silla de ruedas. Corrió a saludarlo divertido y se sentó a su lado, pero él ni le miró. Entonces el perro extrañado le ladró y comenzó a lamerle la mano. Cinco lametazos fueron suficientes para que le mirara... Cinco más para que le acariciara... Cinco más para que sonriera por primera vez... Cinco más para que, por fin, decidiera de nuevo vivir.
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Raúl Mérida