10/5/13

¿Aceptamos león como animal de compañía?

Sabe, porque lo sabe, que puede acabar conmigo con un solo y pequeño movimiento, pero no hace nada. Conoce bien las rejas que nos separan y no intenta traspasarlas. 

Puede que Leo entienda que no soy amenaza alguna para él, sin embargo, si alguna vez mi cuerpo estuviera en contacto con el suyo me mataría sin dudarlo. No es una cuestión de odio ni de enemistad, no, es simplemente el cumplimiento del deber más sagrado que tiene un animal en la selva: defender su territorio. 
Conserva intactos cada uno de sus músculos. Sin embargo, apenas se mueve. Rula su cuerpo tumbado sobre la tierra de un lado para otro. Afila sus uñas sobre un olivo. Juega con su compañero de encierro y, continuamente, casi como si no lo hiciera, mide disimuladamente con la mirada cada cuadrado de hierro, cada barrote que da forma a su jaula.
Podría parecer que su existencia es pura monotonía, pero no lo creo. Está siempre alerta y en guardia. El más mínimo ruido llega a transformar la expresión de su cara. 
Supongo que sabe que, como buen atleta, le bastaría un salto para levantarse y otro más para acabar con cualquiera que pudiera intentar perturbarle. 

Pese a ello, a menudo lo veo portarse en su jaula como si fuera un gatito. Un minino, eso sí, de más de trescientos kilos de peso. Le observo entonces ronronear con su compañero de encierro, Ligre, un inmenso cruce entre tigre y león con el que ahora comparte la vida. Reconozco que en esos momentos me pregunto si recordará a aquel que le impuso la condena de vivir enjaulado de por vida. Lo rescatamos hace ya varios años del interior de un garaje. Me imagino que aquel que fue su dueño decidió un mal día sustituir un perro de guarda por un león cachorrón. Y como en esta vida, desgraciadamente, todo lo que se puede comprar con dinero hay alguien dispuesto a venderlo, lo adquirió en ese, a veces mercado negro, llamado hoy en día Internet. 
Seis mil euros fue el precio acordado por el delito de convertir a aquel pobre animal en león de compañía. A partir de ese momento una cadena de gruesos eslabones rodeó su cuello y un sótano pasó a ser su selva. Pero tuvo ese defecto natural que todos tenemos: Creció y su fuerza se multiplicó por mil.
Llegaron las denuncias y los "yo no sabía", "yo no pensé", "yo no quería". 
El animal fue retirado. El dueño sancionado. Al fin y al cabo, pese a la fortaleza de Leo, la realidad es que el único animal capaz de hacer daño por el placer de hacerlo, sigue siendo el hombre. 
Así que no lo olviden: ¡Protéjanse! 
Recuerden siempre que somos los más peligrosos del planeta.

Leo es un león. Ligre es un cruce de león y de tigre. Juntos viven en el Centro de Rescate de Alicante El Roal, Santuario de Animales Salvajes Arca de Noé.



Raúl Mérida