Historias increíbles

Tigres y leones en pisos, pumas en chalets, linces, monos, serpientes...

Historias que ellos no pueden contar

Debemos hacer eco de sus historias; rescates, maltratos...

Historias que podrían haber sido la última

Cachorros, ancianos, con pedigree, inválidos... Da igual su raza y "valor".

Historias de rechazo

Muchos son abandonados cuando dejan de ser "útiles".

Historias de supervivencia

Historias que narran la lucha por sobrevivir al abandono.

29/5/13

El des-sentido común

Dicen que en las personas el sentido común es el menos común de todos los sentidos. Todos los días lo compruebo fehacientemente. Ejemplos hay mil.

En mi caso les hablaré de los animales, de esos pobres desgraciados que, digan lo que digan algunos, sí tienen derechos y leyes que les protejan. Uno de los más básicos de todos ellos es el derecho a ser tratado dignamente. No lo digo yo. Lo dicen las leyes vigentes. Otra cosa diferente es el desconocimiento de las mismas y la nula aplicación de éstas.
Pero claro, ¿cuál es el problema? La cuestión es que quien tiene que garantizarles esos derechos son sus dueños, los mismos que en algunos casos se los quitan en forma de patada, envenenamiento o abandono. ¿Lo ven? Otro claro caso más de des-sentido común.
¿Y qué decir de esas colonias de gatos que viven en las ciudades? Las personas que alimentan a los mismos se quejan de que no poseen recursos para hacerlo, y tienen razón. 

Por otro lado, las personas que viven en las cercanías de las mismas se quejan de los fuertes olores que producen los restos de comida en la zona y, puede que en unos casos más y en otros menos, también tengan su razón, aunque es cierto que existen muchas cosas que mal huelen en cualquier ciudad. 

En cualquier caso, los que no tienen razón alguna son aquellos que, desgraciadamente, siempre aparecen cargados de veneno para llevárselos por la calle de en medio a todos ellos. Esos no tienen ninguna. Comenten un delito de maltrato hacia esos animales.
Por cierto que, hace unos días, saltaba la noticia de uno de estos casos de envenenamiento en la zona de San Blas y Nuevo San Blas. 
Primero pusieron anzuelos de calamar mezclados con comida para acabar con los perros. ¿Puede existir algo más bárbaro? Y ahora veneno para "idem" con los gatos. ¿Sentido común? Ninguno.
Pero como siempre hay algo más. 

Les cuento una de las últimas. La semana pasada apareció andando sola por la puerta del albergue, en la zona exterior al mismo, una perra con el lomo rasurado. La habían dejado recién operada, con los puntos aún colgando, en la puerta del centro. Evidentemente, desconozco cualquier razón ilógica -lógica no existe- que haya podido llevar al dueño a abandonarla de esa forma, pero ¿ni siquiera merecía el animal que le hubiera acompañado hasta dentro? ¿No era suficiente con dejarla? ¿Era necesario abandonarla de esa forma?

Como les digo, desde hace mucho tiempo el ser humano, cuando es inhumano, a menudo, limpia el retrete de su casa con el sentido común, le saca brillo con los sentimientos y luego tira de la cisterna.





Raúl Mérida

25/5/13

Sin mar


Existe un antiguo cuento, transformado por los distintos autores, que habla de un pueblo marinero donde no existía mar. 

Al parecer, aquel lugar poseía todo lo necesario. Tenía playa, puerto, faro, barcos y hasta aguerridos marineros… Pero, desgraciadamente, no tenía mar. 
Nadie sabía el motivo. La cuestión es que, en el preciso lugar donde tenía que estar, lo único que se levantaba era una inmensa pinada. Los pescadores se quejaban a menudo desconsolados, aquello era su ruina. 
¿De qué podían vivir si, por no existir no existía, ni al menos unos pocos metros de río donde ejercer su profesión? Todas las mañanas acudían al lugar donde debía estar el mar para ver si, por casualidad, por fin había llegado… pero, no había suerte, nunca estaba. Ante la preocupante situación, el alcalde decidió viajar hasta la capital y acudir al jefe del gobierno para pedir su mar.  Ni siquiera le recibió. Por toda respuesta obtuvo, en forma de mensaje, una disculpa por el olvido imperdonable de los organizadores del país, al no ponerles el mar que les tocaba. Así que, decepcionado, volvió a su pueblo. 
Sin embargo, al explicar la situación, un grupo de marineros, fuertes y valientes, decidieron marchar a América porque allí existe mucho mar.
¡Y lo consiguieron! Lo agarraron fuerte de una de sus orillas y, poco a poco, fueron estirando más y más de él, hasta que consiguieron que el mar llegara a su localidad. La verdad es que estaban muy orgullosos pero, aunque la gente estaba contenta, no acababan de tomarse en serio ese mar, cuentan que hasta los peces se lo bebían y cada día había que reponer el agua… Y eso sin contar la gente que se lo llevaba en cubos o en botellas por la noche o que quitaba las olas. Hasta tuvieron que levantar un muro y poner vigilantes para evitar los robos de mar.
Pero, en realidad, los problemas más importantes llegaron luego cuando comenzaron los naufragios, la gente que se ahogaba en verano, las tormentas…
Así que se reunieron todos de nuevo y decidieron qué hacer con el mar, porque, la verdad, no les había salido muy bueno.
Hubo quien sugirió venderlo pero la gente no suele querer un mar de segunda mano, otros pensaron en regalarlo pero, era un fastidio buscar un lazo tan grande… Así que, al final, a alguien se le ocurrió una idea que resultó ser la elegida.
Al día siguiente se puso en marcha y, al anochecer, ya estaba ejecutada.
El mar fue asfaltado. 
La verdad es que, según el cuento, quedó horroroso de feo pero, dicen que los coches rodaban muy bien por el mismo.

He decidido que el nuevo año estrene estas historias con este cuento. 
Al fin y al cabo, yo deseo que éste sea un año de lucha por sueños imposibles con meses cargados de ilusión para transformar aquellas injusticias que nos rodean, con días para la búsqueda de un nuevo mundo que reconozca sus derechos también a los animales. 
Sin maltrato, sin abandono, con amor… 
Y, por supuesto, con mucho mar y poco asfalto.



Raúl Mérida

22/5/13

Sin nombre

Existe un acuerdo no escrito en los medios de comunicación por el que no se debe publicar noticia alguna relacionada con los suicidios. Se intenta evitar, así, el efecto llamada. Un exceso de noticias de este tipo, se piensa, podría aumentar el número de los mismos. 
Sin embargo, las cifras nos golpean una y otra vez. 
Más de tres mil quinientas personas se suicidan cada año en España. Es ya una de las tres causas principales de muerte. Pero no hay campañas de publicidad que alerten del peligro. Se silencian cifras y nombres. El olvido los acoge a todos. 

Se llamaba Angélica. La conocía por la protectora. Tenía todo lo que alguien de su edad podía querer tener, pero se sentía sola, completamente sola. Era esa soledad la que le llevaba tantas veces al miedo y del miedo al dolor y del dolor a no querer salir de casa y de no querer salir de casa a la soledad, y vuelta a empezar.
Hizo de su cama una trinchera y de su habitación todo su mundo. Vivía, mejor dicho, moría cada día en un piso enorme con vistas al mar. Un absurdo para alguien como ella que, por enfermedad, sólo sabía mirar hacia dentro. 
Tenía un perro, un chuchillo viejo encontrado en la calle, al que nunca llegó a ponerle nombre. Pese a ello, "Sin nombre", día a día, supo demostrarle que cuando alguien dijo aquello de que "El perro es el mejor amigo del hombre" estaba pensando en él. Pero no fue suficiente. Los problemas le pesaban a Angélica más que las soluciones. Y un mal día decidió parar el tiempo. 
Se despidió de su perro, de la vida y dejó una nota: "¡Por favor, cuídenlo! Él es otra víctima igual que yo". 

Siempre he oído que hay quien dice que suicidarse es cosa de cobardes. Otros afirman lo contrario, que es de valientes. Supongo que es, sobre todo, una cuestión de sufrimiento, de no ver más puerta abierta que aquella que te conduce a la nada. En fin, no sé.
A "Sin nombre" lo recogimos una mañana. Nos avisaron y acudimos a por él. No se movía, sólo temblaba. Estaba acurrucado a los pies de la cama, convertido, sin quererlo, en testigo mudo de toda aquella tragedia. 
Me imaginaba los últimos momentos de Angélica cuando su vida calló para siempre. Pensaba en el sufrimiento y también en el silencio que debió envolver aquel final. La verdad es que nunca olvidaré aquella casa, al fin y al cabo, supongo que el dolor que produce el final evitable de una vida es siempre, absolutamente, infinito.



Raúl Mérida

15/5/13

Los animales en pie de guerra


Que los humanos llevan toda la vida dando por saco a los animales es una verdad irrefutable, lo han hecho de cuantas maneras les ha sido posible. A veces con mucho ingenio y siempre con mucha mala leche.

A lo largo de la historia se les ha usado y explotado cuanto se ha podido. Los perros han servido desde el pastoreo, caza o guardia hasta como mano de obra barata. Los burros atados a cargas insufribles o arados "revienta-mulos" han sido durante décadas el medio de transporte más usado en todo el planeta.
Todos tratados y a menudo maltratados por el ser humano.
Pero de todos los usos y abusos a los que se les ha sometido, son aquellos relacionados con las guerras y combates lo que más hirientes me resultan. ¡Qué decir de todas esas famosas guerras que cruzan la historia de la humanidad! Caballos a los que se les tapaba los ojos y se les cerraban los oídos para que sólo atendieran la orden precisa del jinete. Animales conducidos a la muerte sin saber ni siquiera por qué luchaban ni contra quién lo hacían.

Y no piensen sólo en lejanas épocas de hace muchos siglos. El uso de los animales ha estado presente y vigente en conflictos más recientes. Por ejemplo, en la guerra de Vietnam tuvieron un protagonismo decisivo. 
Si recuerdan en aquella contienda, la tierra de Vietnam se llenó de túneles infernales donde se refugiaban las personas huyendo de los americanos. Se crearon en los mismos auténticos fortines, cuarteles militares desde los que se dirigían las batallas del exterior. Pronto ambos bandos se dieron cuenta que el resultado final de aquella guerra se libraría en el interior de los mismos. Los americanos formaron soldados preparados y adiestrados convenientemente para ello. Cuerpos especiales dotados de los medios más avanzados para ver en la oscuridad. Y así, poco a poco, la balanza cambió de bando y los vietnamitas empezaron a perder batallas en el interior de los mismos ante la supremacía de los medios tecnológicos del enemigo. 
Pero fue entonces cuando se impuso la filosofía que domina su cultura y, como tantas otras veces, volvieron la mirada hacia su entorno más cercano. Ellos eran conocedores del terreno mejor que nadie. Podían diseñar túneles aún más complicados pero sobre todo podían hacer mucho más, podían usar la fuerza poderosa y letal de la naturaleza.
Dicho y hecho. Capturaron a las serpientes más peligrosas y venenosas del entorno y las hicieron criar para ellos. A partir de ahí, cuando preveían el ataque cercano de los yanquis, las introducían rápidamente en cañas de bambú que dejaban sobre el suelo. Sólo quedaba esperar. Era infalible. Cuando los americanos entraban, al pisar y mover las cañas, salían las serpientes reptando y ellos huyendo inmediatamente, sabedores de que aquellos a los que mordían no llegarían a la noche.

Y es que el hombre es así, capaz de hacer lo mejor por ayudar y proteger a cualquier ser vivo que lo necesite pero, también, capaz de acabar con él si es él mismo el que lo quiere o necesita.

10/5/13

¿Aceptamos león como animal de compañía?

Sabe, porque lo sabe, que puede acabar conmigo con un solo y pequeño movimiento, pero no hace nada. Conoce bien las rejas que nos separan y no intenta traspasarlas. 
Puede que Leo entienda que no soy amenaza alguna para él, sin embargo, si alguna vez mi cuerpo estuviera en contacto con el suyo me mataría sin dudarlo. No es una cuestión de odio ni de enemistad, no, es simplemente el cumplimiento del deber más sagrado que tiene un animal en la selva: defender su territorio. 
Conserva intactos cada uno de sus músculos. Sin embargo, apenas se mueve. Rula su cuerpo tumbado sobre la tierra de un lado para otro. Afila sus uñas sobre un olivo. Juega con su compañero de encierro y, continuamente, casi como si no lo hiciera, mide disimuladamente con la mirada cada cuadrado de hierro, cada barrote que da forma a su jaula.
Podría parecer que su existencia es pura monotonía, pero no lo creo. Está siempre alerta y en guardia. El más mínimo ruido llega a transformar la expresión de su cara. 
Supongo que sabe que, como buen atleta, le bastaría un salto para levantarse y otro más para acabar con cualquiera que pudiera intentar perturbarle. 

Pese a ello, a menudo lo veo portarse en su jaula como si fuera un gatito. Un minino, eso sí, de más de trescientos kilos de peso. Le observo entonces ronronear con su compañero de encierro, Ligre, un inmenso cruce entre tigre y león con el que ahora comparte la vida. Reconozco que en esos momentos me pregunto si recordará a aquel que le impuso la condena de vivir enjaulado de por vida. Lo rescatamos hace ya varios años del interior de un garaje. Me imagino que aquel que fue su dueño decidió un mal día sustituir un perro de guarda por un león cachorrón. Y como en esta vida, desgraciadamente, todo lo que se puede comprar con dinero hay alguien dispuesto a venderlo, lo adquirió en ese, a veces mercado negro, llamado hoy en día Internet. 
Seis mil euros fue el precio acordado por el delito de convertir a aquel pobre animal en león de compañía. A partir de ese momento una cadena de gruesos eslabones rodeó su cuello y un sótano pasó a ser su selva. Pero tuvo ese defecto natural que todos tenemos: Creció y su fuerza se multiplicó por mil.
Llegaron las denuncias y los "yo no sabía", "yo no pensé", "yo no quería". 
El animal fue retirado. El dueño sancionado. Al fin y al cabo, pese a la fortaleza de Leo, la realidad es que el único animal capaz de hacer daño por el placer de hacerlo, sigue siendo el hombre. 
Así que no lo olviden: ¡Protéjanse! 
Recuerden siempre que somos los más peligrosos del planeta.

Leo es un león. Ligre es un cruce de león y de tigre. Juntos viven en el Centro de Rescate de Alicante El Roal, Santuario de Animales Salvajes Arca de Noé.



Raúl Mérida