Dicen que en las personas el sentido común es el menos común de todos los sentidos. Todos los días lo compruebo fehacientemente. Ejemplos hay mil.
En mi caso les hablaré de los animales, de esos pobres desgraciados que, digan lo que digan algunos, sí tienen derechos y leyes que les protejan. Uno de los más básicos de todos ellos es el derecho a ser tratado dignamente. No lo digo yo. Lo dicen las leyes vigentes. Otra cosa diferente es el desconocimiento de las mismas y la nula aplicación de éstas.
Pero claro, ¿cuál es el problema? La cuestión es que quien tiene que garantizarles esos derechos son sus dueños, los mismos que en algunos casos se los quitan en forma de patada, envenenamiento o abandono. ¿Lo ven? Otro claro caso más de des-sentido común.
¿Y qué decir de esas colonias de gatos que viven en las ciudades? Las personas que alimentan a los mismos se quejan de que no poseen recursos para hacerlo, y tienen razón.
Por otro lado, las personas que viven en las cercanías de las mismas se quejan de los fuertes olores que producen los restos de comida en la zona y, puede que en unos casos más y en otros menos, también tengan su razón, aunque es cierto que existen muchas cosas que mal huelen en cualquier ciudad.
En cualquier caso, los que no tienen razón alguna son aquellos que, desgraciadamente, siempre aparecen cargados de veneno para llevárselos por la calle de en medio a todos ellos. Esos no tienen ninguna. Comenten un delito de maltrato hacia esos animales.
Por cierto que, hace unos días, saltaba la noticia de uno de estos casos de envenenamiento en la zona de San Blas y Nuevo San Blas.
Primero pusieron anzuelos de calamar mezclados con comida para acabar con los perros. ¿Puede existir algo más bárbaro? Y ahora veneno para "idem" con los gatos. ¿Sentido común? Ninguno.
Pero como siempre hay algo más.
Les cuento una de las últimas. La semana pasada apareció andando sola por la puerta del albergue, en la zona exterior al mismo, una perra con el lomo rasurado. La habían dejado recién operada, con los puntos aún colgando, en la puerta del centro. Evidentemente, desconozco cualquier razón ilógica -lógica no existe- que haya podido llevar al dueño a abandonarla de esa forma, pero ¿ni siquiera merecía el animal que le hubiera acompañado hasta dentro? ¿No era suficiente con dejarla? ¿Era necesario abandonarla de esa forma?
Como les digo, desde hace mucho tiempo el ser humano, cuando es inhumano, a menudo, limpia el retrete de su casa con el sentido común, le saca brillo con los sentimientos y luego tira de la cisterna.
Raúl Mérida