En esta vida todo es relativo. Lo que parece verdad suele ser mentira, aunque, eso sí, la mentira siempre es falsedad. Lo que parece ser grande puede ser pequeño, aunque, eso sí, lo pequeño siempre es diminuto.
Acudo a ver unos animales. Me han avisado unos vecinos. Están preocupados por las pésimas condiciones en las que mantienen a los mismos. Los propietarios, sin embargo, me reciben orgullosos de poder mostrar lo "bien" que los tienen a todos.
Nada más entrar veo un montón de jaulas pequeñas. Cada una de ellas apenas mide veinte centímetros por veinte. En el interior contienen un yogurt vacío como cuenco de agua y otro con pienso. Decenas de pajarillos de canto viven encerrados en su interior.
Más allá veo otra jaula con una perdiz dentro. Los barrotes envuelven el cuerpo del animal. Apenas tiene espacio para respirar. Sólo consigue sobrevivir dentro. Al fin y al cabo, supongo que nadie muere cuando quiere.
Otra jaula contiene tres gatos. Ésta, siendo también muy pequeña, es más grande que la anterior. Medio metro cuadrado, mal contado, para cada uno de ellos. Un cuenco con pienso. Otro con agua. Y un cajón de arena.
En una esquina veo dos perras cruce de hambre y mala vida. Estas no están encerradas... ¿o sí? Viven atadas. Una argolla anclada en la pared las sujeta firmemente. Barrotes invisibles que sin ser de hierro las encierran de por vida.
Salgo de allí. Necesito respirar y llamar cuanto antes a la policía para intentar rescatarlos.
Salgo de allí. Necesito respirar y llamar cuanto antes a la policía para intentar rescatarlos.
Mientras espero su llegada me acuerdo inevitablemente de otros animales que, como aquellas perras, viven encerrados sin necesidad de que haya jaulas que los aíslen. Animales de feria, de atracciones, de espectáculos. Seres permanentemente atados a la voluntad de sus dueños. En fin, son tantos...
Lo que no saben aquellos que los mantienen en ese estado es que cuando alguien trata o maltrata así a un animal o a cualquier otro ser, en realidad, nos golpea y encierra a todos para siempre.
Nos hace prisioneros de un mundo que no nos gusta y que, cuando vemos sufrir a otros de esa forma, sólo nos permite cerrar la puerta de nuestro corazón y no estar para nada, ni nadie.
Al fin y al cabo, no lo olviden, no hay peor jaula que aquella que nos encierra en nosotros mismos, nos encoge el corazón y, por no dejarnos, no nos deja ni aire para respirar.