1/11/12

Grandes felinos salvajes obligados a ser gatos




Ocho de la mañana. 

Un pueblecito catalán a orillas de la Costa Brava despierta como un día más. Algunos de sus habitantes han comenzado hace horas con sus tareas diarias, otros se acaban de levantar. Los adultos van al trabajo, los niños se preparan para el cole.

En las urbanizaciones cercanas al pueblo las casas comienzan también a abrir sus ventanas. En una de ellas se escucha: "¡Dejad ya de jugar con el gato! ¡Coged las mochilas y para clase!".

Los vecinos escuchan los gritos. Una vecina mira enfadada hacia la casa -"¡Con el gato!", dice. La otra desde la ventana piensa: "¡Pobre animal!".
Los niños se marchan al colegio.
El "gato", un puma adulto que multiplica por varias decenas el peso de cualquier minino, se sube de un salto hasta un poyete sobre el muro de la casa. De porte altivo, atleta de nacimiento, no hay altura que le impida llegar hasta donde se propone.

Tranquilo, ajeno al temor que despierta su tamaño, cierra los ojos y duerme durante un rato. Como buen felino, sueña, se imagina en esos instantes su vida en medio de la selva. Salta de roca en roca, de árbol en árbol, sintiendo el olor de la libertad. Al rato despierta cansado de siempre descansar. Escucha el horizonte. Son las diez y media. A cientos de metros de allí, suena la campana del colegio que anuncia el tiempo de recreo. Pese a la inmensa distancia, oye a los niños que, alegres, gritan y juegan.
No lo piensa. De un salto recorre los dos metros que le separan del suelo. Después una rápida carrera y en pocos instantes ya está en la valla que rodea el patio. Los niños lo ven. Todos corren asustados, hacia las clases. Todos menos los hijos de sus dueños que se acercan a acariciarlo.
Él salta dentro y se roza sobre ellos mientras se entretiene olisqueando los almuerzos olvidados sobre el suelo.
Quizás sea verdad, quizás sea sólo un "gato" con la fuerza de un león. Un puma enjaulado en las normas de la civilización.
Minutos más tarde llegó la Policía, alguien les avisó. El animal fue requisado y sus dueños sancionados.

Ahora vive en Alicante, en nuestro Centro de Rescate de Animales Salvajes junto a otro compañero como él y cada vez que cierra los ojos y parece soñar, siempre pienso si seguirá imaginándose entre plantas y valles o lo hará con aquellos niños que nunca supieron que aquel gato no era sino un puma al que sus padres un día quitaron la libertad.


Raúl Mérida