26/10/12

Monos en manos de laboratorios




Instituto Oficial para la investigación y experimentación con animales.
8:30 de la mañana.
Un grupo de científicos se arremolinan alrededor de la mesa de quirófano. 
- La investigación ha llegado al punto decisivo. Todo debe estar preparado para esta tarde. A las cuatro los operaremos -, dice el encargado. Los demás no contestan. 

Los monos aguardan su turno ignorantes de su suerte. Introducidos en pequeñas jaulas llevan tatuado sobre su pecho la razón de su existencia. Ocho números los identifican como animales de laboratorio. No tienen nombre que los humanice, nada que pueda despertar sentimiento alguno en los científicos que los manipulan. Su misión está clara: entregar su vida para que, quizás algún día, el hombre mejore la suya. Probarán nuevos medicamentos con ellos.

15:45 horas.
Los nervios se tensan. En unos minutos todos ellos yacerán sedados. La anestesia adormecerá el golpe. Sus columnas se romperán. Sus cuerpos permanentemente tumbados para el resto de sus vidas. Sólo podrán mover sus ojos. Verán las caras de sus cuidadores, tendrán miedo, sentirán tristeza, alegría. Pero jamás volverán a poder abrazarse cuando se sientan solos.

15:50 horas.
Uno de los conserjes del centro corre por los pasillos en dirección al quirófano. Ha llegado una carta del juzgado.
La experimentación debe parar!-, grita desesperado.

El encargado, nervioso y contrariado, abre el sobre. Su jefe, el propio director del centro de investigación junto al responsable ético de las experimentaciones con animales les han denunciado. "No hay base científica para la investigación que se realiza", afirman en un escrito. "Las pruebas han de cesar inmediatamente". 
Los monos, sin saberlo, acaban de salvar sus vidas. Al día siguiente, el juzgado requisó toda la documentación y ordenó la salida de los animales con destino a nuestro centro de rescate. Meses más tarde la sentencia fue definitiva: suspensión de empleo y sueldo para los científicos participantes.
Mientras tanto, aquellos monos, ajenos a todo, aprendieron en nuestro centro cosas sencillas como olerse, saltar o, simplemente, mirar al cielo. Aprendieron a vivir.
Y aún hoy lucen su tatuaje de guerra en el pecho: la numeración que les señala como animales de experimentación. Sólo les queda eso como recuerdo de todo aquello y, eso sí, un miedo ilimitado a cualquier ser humano que se acerca a su jaula, el timbre de la puerta o la voz de su cuidador.

Los Macaca Mulatta procedentes de laboratorio viven en un recinto especial en el área de primates del Centro de Rescate Arca de Noé en elRoal, en Villafranqueza, Alicante.


Raúl Mérida