18/1/15

Un lugar llamado cielo

Dicen que a partir de cierta edad los mejores días de tu vida son aquellos en los que no pasa nada, en los que todo continúa como siempre.

─ Levantó la mano y me dijo adiós. ¿Te imaginas? Nunca más volví a verlo. Dieciocho años recién cumplidos y la vida terminada. A veces me pregunto por qué no le di un beso de despedida, por qué no le pregunté algo, no sé, por qué no le paré de alguna forma… Si se hubiera entretenido un segundo más conmigo,  un solo abrazo que le hubiera dado y hoy estaría vivo. No puedo dejar de pensar en ello. Siempre crees que, cosas como esas, sólo le ocurren a los demás pero... 
>> ¿Sabes? He pasado noches y noches soñando con él. Estaba sentado conmigo en el sofá mientras veíamos la tele. Yo le hablaba y le comentaba y sentía que él me miraba pero, de pronto, descubría que no estaba. Entonces despertaba llorando. 
>> Tres meses hace ya y siento el dolor como si hubiera ocurrido hoy mismo… Y eso no es todo. ¿Te acuerdas de Luna, su perra? Decía siempre de broma que era su amor secreto.  El día del accidente ella estuvo muy nerviosa, corriendo de un lado a otro. Todos nos asustamos. Nunca la habíamos visto así. Luego empezó a aullar. Corrimos hasta su cama al oír sus gritos  y nos la encontramos arrinconada, triste y mojada, completamente empapada. No, no era sudor. Eran lágrimas, te lo aseguro. Entonces me di cuenta que algo realmente grave pasaba Imagínate los días posteriores... Por un lado, el dolor, ese dolor tan intenso que te quema la piel y te rompe el corazón.  Por otro, la ley, el entierro, los papeleos, la burocracia y esa maldita  guerra entre los seguros que nunca entenderé. Después vino algo aún peor, el silencio. Todos callamos, hasta  Luna dejó de ladrar. Días más tarde me di cuenta que tampoco comía. No se acercaba al pienso, no bebía. Apenas se movía… Tardé tiempo  en aceptar que ella, simplemente, había decidido también morir, supongo que, en su caso, morir por amor… Y  una noche nos abandonó. Murió enroscada sobre sí misma. No se quejó. No gritó. Me imagino que estaba agotada de tanto echarle de menos.
>> Y, ya ves, entonces de nuevo volvieron los sueños. Esta vez eran distintos. Aparecían los dos, mi hijo y la perra, caminando juntos… y siempre felices...  Ya sé que creerás que estoy loca pero, ni te imaginas cómo me ayuda pensar que los dos pudieran de nuevo estar juntos, quizás, quién sabe, en un cielo especial para  perros y de dueños…  En fin. Pero, bueno, perdóname, en realidad, yo te llamaba para contarte otra cosa. 
>> Verás, hace días que hay un perro que ronda la puerta de mi casa, que se va y vuelve, aparece y desaparece. Los vecinos le lanzan piedras para que se marche cuando lo ven. Le insultan, le gritan… Ya sabes cómo es la gente. Sé que está abandonado, se le nota en la mirada, en su tristeza.  No sé qué hacer… Todo está muy reciente y me había prometido no tener otro pero, ¿podrías venir y verlo y llevártelo o, al menos, decirme que ves mejor tú?

Aquella misma tarde me acerqué a su casa…  Necesitaba verla, ayudarla, abrazarla, que sintiera que no estaba sola y también que, por supuesto, supiera que yo pienso igual que ella, que estoy seguro, no dudo que si existe un cielo para los humanos, en él también se encuentran los animales. ¿Dónde irían, si no, todos ellos cuando mueren? Sí, en realidad, están hechos de pura entrega y corazón.
Llamé a su puerta. Ella salió ella llorando. No abrazamos emocionados… Y, mientras hablábamos y se calmaba, enseguida apareció por allí aquel flaco chucho, perro de mil razas, bonito de feo que era, moviéndonos el rabo… 
Ella sonrió al verlo y secó sus ojos. Él se deshizo en alegrías alrededor de ella.
Y aquel animal se quedó a vivir allí para siempre, en realidad, nunca pudo llegar en mejor momento a aquella casa.  Y yo me despedí de los dos feliz de verlos felices y me fui de allí pensando si en realidad algunos  ángeles no tendrán forma de perro. 

Raúl Mérida