11/10/14

Silencio o palabras

Noticia publicada en prensa a principios de septiembre: !Un hombre se suicida en Alicante. Se quitó la vida la pasada noche ahorcándose. No se fue solo de este mundo. Unos minutos antes había ahorcado también a uno de los dos perros que vivían con él. El otro, una perra,  no se sabe por qué, la dejó con vida.  Sus más que ladridos, aullidos, fueron realmente  los que alarmaron a los vecinos!
Sin embargo, en realidad, para mí la noticia había comenzado la noche ante. 

Servicio especial para la  recogida de animales. Vehículo para Urgencias. 23:30h.
── Protectora de Animales, dígame. 
── Buenas noches. Le llamo de policía local. Un hombre ha aparecido muerto en su domicilio. Tenía una perra. En cuanto puedan, por favor, han de pasar a recogerla.

Entrar en una vivienda donde se ha producido una muerte siempre es duro. Cuando, además, la víctima se ha quitado la vida, aún lo es más. 
Resulta casi imposible dejar de pensar en cómo las paredes, los muebles e incluso las cortinas, aunque sean simples objetos, se convierten en una especie de testigos mudos que callarán para siempre… Pero, claro, sobre todo, la perra. Ella todo lo vio. Todo lo sintió.
Inevitablemente, te  preguntas muchas cosas: ¿Por qué lo habrá hecho? ¿Qué sintió en el último segundo de vida?... Y en este caso, aún muchas más, ¿por qué habrá matado a uno de los perros? ¿Por qué a uno sí y al otro no?

Albergue de animales abandonados de Alicante. 12:00 de la mañana del día siguiente.
Dos personas llegan a la recepción. Un hombre y una mujer. 
Ella tiembla mientras llora sin consuelo. Es la madre del chico fallecido. Está destrozada, agotada… Muerta en vida. 
En realidad, sólo quiere recoger a la perra que quedó en aquel piso y marcharse. 
Por eso, aquella mañana, en cuanto la vimos nos pusimos a realizar todas las gestiones lo más rápidamente posible para que se la llevara. Una compañera fue a buscar al animal. Otra rellenó la documentación necesaria.  
No queríamos aumentar su dolor pero, por prisa que nos dimos, casi sin poder evitarlo, ella empezó a hablar…
── ¿Saben? Mi hijo murió de amor. Ya ven, de amor… Sé que es difícil de imaginarlo pero, pero así fue.
Su novia lo dejó, está claro, ella tendría sus razones pero, él, desde entonces, no volvió a ser el mismo.
Han visto alguna vez un grifo abierto. Así corrían las lágrimas por su cara, como ahora corren por la mía. Nunca había visto nada igual. Yo no sabía qué hacer. Pero, lo peor de todo, es que hablaba continuamente. No podía dejar de hablar de su novia.  Fue realmente lo que más me extrañó. No estaba nunca en silencio, tampoco te escuchaba, sólo hablaba… Hablaba sin parar de ella.  Imagínense… Días enteros, noches enteras sin dormir llorando y hablando sólo de ella. A veces ni siquiera sé que decía… El agotamiento hizo que sus palabras fueran al final como un susurro imposible de entender… ¡Fue horrible!
── ¿Y al perro? ¿Por qué lo mató?... - le pregunté 
── Al final, creo que su mente enfermó tanto que ya no podía pensar. El perro que condenó a morir igual que él, no era suyo. Era de ella, ese fue el motivo. Cuando su novia le dejó, como les comento, se volvió loco. Creo que llegó a pensar que el perro era lo único que la unía a ella ¡Pobre animal! No tenía culpa de nada.  Se obsesionó. Perdió el sentido, la cabeza… ¡Dios, qué pena tan grande! 
La mujer se echó a llorar de nuevo. Estaba hundida. La acompañamos hasta la puerta… Y se marchó con su perra. 
Al fin y al cabo, ellas no eran sino dos víctimas más de aquella macabra historia, tan real como terrible.
En fin, ¡pobre gente! ¡Pobre perro!... ¡Pobre vida! 

Así que, qué quieren que les diga, cuando recuerdo aquella historia y me preguntan sobre el silencio, siempre contesto lo mismo: La verdad, hace tiempo que me siento más cómodo entre silencios que entre palabras.



Raúl Mérida