Sólo de noche pueden pasar algunas cosas.
Hay conversaciones y, sobre todo, confesiones, que necesitan precisamente que el momento sea oscuro para que puedan ver la luz… Paradojas de la vida.
Tenía ochenta años ya cumplidos y, pese a las cataratas que poblaban cada uno de sus ojos, veía mucho más allá que lo que podamos hacerlo cualquiera de nosotros.
─ ¿Sabes? ─ me dijo ─ Hace días que no duermo pensando en ella. Es tan mayor como yo. Quince años de perro son muchos de humano. Se ha acostumbrado tanto a mí que, a veces, hasta me da pena... Come cuando yo como. Se despierta y duerme cuando mis ojos, cada día, se abren y se cierran. Hasta mi cojera al caminar, ese vaivén que el peso de los años ha provocado en mi cuerpo, ahora hasta parece haberlo heredado. ¿La has visto andar? ¡Qué pena! Sus patas tiemblan como si fueran campanillas. Pese a ello, no creas, nuestros paseos son sagrados. Los dos sabemos que cada uno de ellos puede ser el último. Te he pedido que vinieras porque necesito pedirte algo... Verás, sé que no me queda mucho tiempo de vida. El otro día el médico me lo confirmó. Se trata de una enfermedad incurable, una de esas progresivas degenerativas de nombre impronunciable que, además de sumarse a todas las otras que ya tenía, ha venido con el firme propósito de quedarse hasta el final. Y ya ves… Cualquier otro en mi caso, te lo aseguro, se hubiera puesto triste o, al menos, preocupado. Yo no. A mí me dio igual. Pensé que ya había vivido bastante. Quizás, si hubiera tenido a mi lado hijos, pareja… No sé, alguien… todo hubiera sido diferente pero, hace tiempo que todos se marcharon y de ninguno volví a saber. En fin, cosas de la vida. Pero, si te soy sincero, luego la miré a ella… entonces empecé a pensar y a pensar y comencé a preocuparme de verdad ─ Señaló a la perrilla ─ ¿Sabes? Ella es mi auténtica familia. Te he llamado porque no tengo a nadie que se pueda hacer cargo de Luna y me he acordado de ti. Se me ha ocurrido que, como tú a veces escribes historias de animales, igual puedes ayudarme... Ella ha sido mi única compañía durante estos años y la verdad es que siempre pensé que ella faltaría antes que yo pero, me equivoqué ─ No siguió hablando. Por primera vez comenzó a llorar, emocionado.
Guardé silencio.
Es un problema. Lo reconozco. Cada vez creo menos en las palabras y más en la fuerza de un abrazo, que fue lo que le di.
Luego le dije:
─ No te preocupes, amigo. Si llega el momento, cuidaremos de ella… Y te prometo que, cuando vuelva a escribir, si alguna vez de nuevo lo hago, una de las primeras historias será la tuya.
Después nos despedimos y me marché.
Hace seis meses de aquello y sólo dos semanas desde que él murió.
Luna vive hoy con nosotros en el albergue de animales abandonados esperando que alguien pueda adoptarla.
Ella es una de las razones más importantes por las que volví a escribir. El resto de razones suman tantas como tantos perros y gatos abandonados viven en el albergue.
Raúl Mérida