La carrera espacial no se ha nutrido sólo de "superhombres" formados como astronautas, ni de sofisticadas naves aeronáuticas.
Uno de los mayores aportes, con mucha pena y poca gloria, lo han hecho los monos que han dejado sus vidas en pro del avance de la ciencia.
En 1948 Albert se convirtió en el primer mono que la Nasa enviaba rumbo al espacio. Su aventura duró poco. Murió sofocado durante el vuelo.
En 1949 Albert II, así se llamaba el segundo mono astronauta, voló también al espacio, muriendo por un choque brutal durante el trayecto. A éste le siguieron Albert III y Albert IV, muertos también por graves impactos.
Albert
V, otro mono pasajero de un cohete, como los anteriores, falleció por un
defecto en el paracaídas cuando la propia nave lo expulsó para comprobar las
medidas de seguridad de la misma.
Finalmente
fue Albert VI el primer primate que sobrevivió a un vuelo espacial. Eso sí,
murió dos días después de volver a la tierra, seguramente por la presión y el
estrés padecido durante todo el vuelo.
Sin
embargo, todos éstos no fueron los últimos en viajar.
Sólo
los primeros.
A
ellos les siguieron otros muchos. Unos murieron igual que ellos y otros
salvaron su vida, aunque, seguramente, desorientados, perdieron para siempre el
sentido de las mismas.
Y
no sólo fueron los americanos, también los rusos, franceses y hasta argentinos
han mandado monos al espacio a lo largo de todos estos años.
Así
que en estos días en los que tanto se está hablando de Marte y de los
descubrimientos tan fantásticos que nos reserva ese planeta, no puedo olvidarme
de todos aquellos animales que son parte olvidada de la historia. Seres
anónimos que, por no tener, no tenían ni siquiera un nombre distinto, sino el
mismo con distinta numeración.
Por
eso, cuando paseo por el Centro de Rescate y me acerco a los monos recogidos en
el mismo y veo sus ojos, esos ojos tan humanos que no dejan de hablarme.
O
cuando alargan sus brazos y con sus manos estrechan las mías y las aprietan
buscando calor y protección.
O
cuando se nos abrazan al pecho para dormirse escuchando el latido de nuestro
corazón.
No
dejo de pensar en todo el dolor, en la angustia, en el sufrimiento que debieron
vivir todos aquellos que sin saber por qué ni para qué, sin tener la menor idea
de cuál sería su fin, un día se vieron metidos en una nave con destino a morir.