Instituto Oficial para la investigación y experimentación con animales.
8:30 de la mañana.
Un grupo de científicos se arremolinan alrededor de la mesa de quirófano.
- La
investigación ha llegado al punto decisivo. Todo debe estar preparado para esta
tarde. A las cuatro los operaremos -, dice el encargado. Los
demás no contestan.
Los monos aguardan su turno ignorantes de su suerte. Introducidos en pequeñas jaulas llevan tatuado sobre su pecho la razón de su existencia. Ocho números los identifican como animales de laboratorio. No tienen nombre que los humanice, nada que pueda despertar sentimiento alguno en los científicos que los manipulan. Su misión está clara: entregar su vida para que, quizás algún día, el hombre mejore la suya. Probarán nuevos medicamentos con ellos.
Los monos aguardan su turno ignorantes de su suerte. Introducidos en pequeñas jaulas llevan tatuado sobre su pecho la razón de su existencia. Ocho números los identifican como animales de laboratorio. No tienen nombre que los humanice, nada que pueda despertar sentimiento alguno en los científicos que los manipulan. Su misión está clara: entregar su vida para que, quizás algún día, el hombre mejore la suya. Probarán nuevos medicamentos con ellos.
15:45 horas.
Los nervios se tensan. En unos minutos todos ellos yacerán
sedados. La anestesia adormecerá el golpe. Sus columnas se romperán. Sus cuerpos
permanentemente tumbados para el resto de sus vidas. Sólo podrán mover sus
ojos. Verán las caras de sus cuidadores, tendrán miedo, sentirán tristeza,
alegría. Pero jamás volverán a poder abrazarse cuando se sientan solos.
Uno de los conserjes del centro corre por los pasillos en
dirección al quirófano. Ha llegado una carta del juzgado.
-¡La experimentación debe parar!-, grita
desesperado.
El encargado, nervioso y contrariado, abre el sobre. Su jefe,
el propio director del centro de investigación junto al responsable ético de
las experimentaciones con animales les han denunciado. "No hay base
científica para la investigación que se realiza", afirman en un
escrito. "Las pruebas han de cesar inmediatamente".
Los monos, sin saberlo, acaban de salvar sus
vidas. Al día siguiente, el juzgado requisó toda la documentación y ordenó la
salida de los animales con destino a nuestro centro de rescate. Meses más tarde
la sentencia fue definitiva: suspensión de empleo y sueldo para los científicos
participantes.
Mientras tanto, aquellos monos, ajenos a todo,
aprendieron en nuestro centro cosas sencillas como olerse, saltar o,
simplemente, mirar al cielo. Aprendieron a vivir.
Y aún hoy lucen su tatuaje de guerra en el pecho:
la numeración que les señala como animales de experimentación. Sólo les queda
eso como recuerdo de todo aquello y, eso sí, un miedo ilimitado a cualquier ser
humano que se acerca a su jaula, el timbre de la puerta o la voz de su
cuidador.
Los Macaca Mulatta procedentes de laboratorio viven en un
recinto especial en el área de primates del Centro de Rescate Arca de Noé en elRoal, en Villafranqueza, Alicante.
Raúl Mérida