Sólo hay un animal más inteligente que un burro y es una burra.
No se equivoque, cuando un burro no quiere andar no es por tozudez, ni porque no obedezca las órdenes que le dan. Es, simplemente, por seguridad. Necesita comprobar antes de recorrer el camino que no hay peligro alguno en el mismo. Por eso, si el humano camina delante, el burro irá detrás. Pero, si pretende que primero vaya el animal no conseguirá moverlo del sitio y se demostrará, una vez más, que, con perdón de éstos, el humano, a menudo, es más burro que el propio animal.
Se llama Españita y su historia para nosotros comenzó el 11 de julio del 2010.¿Les suena la fecha? Ese día el corazón de muchos españoles se encontraba a miles de kilómetros de distancia de aquí. Nada más y nada menos que en Johannesburgo, Sudáfrica.
La selección española disputaba aquella tarde de verano la final del mundial.
Las calles estaban desiertas y la gente se arremolinaba en torno a las pantallas gigantes de las cafeterías y los bares de todo el país.
Aunque aún no lo sabíamos, por primera vez en su historia deportiva, España ganaría el mundial de fútbol… Sin embargo, no todos vimos aquel partido.
18:00h. Suena el teléfono en la Central de Rescate de Animales.
Era la Guardia Civil de Tráfico. Necesitaban ayuda.
─ Ha aparecido un burro en medio de la autovía. Es necesario retirarlo urgentemente.
Cogimos las cosas y allí que nos fuimos aquel famoso día. Sin apenas medios ni recursos pero, eso sí, con muchas ganas de salvar al animal.
Lo encontramos asustado. Estaba paralizado en la mediana. Conseguimos entre todos, agentes incluidos, calmarlo un poco. Ya sólo nos quedaba sacarlo de allí pero, precisamente, fue entonces cuando empezaron los verdaderos problemas. El animal se negaba a caminar.
Supongo que ante la desesperación y la búsqueda de una solución urgente, comenzaron a invadirme los recuerdos de todos los burros que, a lo largo de estos años, hemos podido rescatar.
La primera fue una mula de nombre Lorenza. Una anciana coja y tuerta, tristemente experta en sufrir malos tratos.
Más tarde llegó Marina, una burra blanca y sumisa, a la que encontramos abandonada frente de la estación de la Marina, de ahí su nombre…
Y al poco tiempo Elisa, otra mula resabiada de tanto sufrir, que se encontraba en unas cuadras abandonadas, sin agua ni comida desde hacía días.
No estuvieron solas, tras ellas llegaron muchos más. En aquella época, allá por finales de los noventa, la entrada de este tipo de animales era continua en nuestros centros. La existencia de burros en barrios con problemas de integración social y marginalidad era una realidad que, a menudo, ensombrecía la dignidad de la ciudad. Eran animales usados para cargar pesos imposibles hasta el agotamiento.
El caso es que aquella tarde de julio, uno a uno, fueron viniendo a mi mente el recuerdo de todos ellos, sus rescates, sus sufrimientos… Y entonces caí en la cuenta. Aquellos burros siempre necesitaron antes de seguirte, por encima de todo, confiar en ti.
Y de nuevo volví a la realidad, a aquella autovía y a aquel animal que necesitaba urgentemente salir de allí. Así que tocaba ganarse la confianza de aquella burrita que, más que un animal vivo, parecía un poste fijo en medio de la autovía.
Primero la acariciamos. Rozamos con nuestras manos su lomo, su hocico y, finalmente, le hicimos cosquillas en sus largas orejas… Y, la verdad, no pareció sentarle mal.
Luego le hablamos con palabras de amigo. Despacito, suaves, calmadas, susurrándole junto a su oído. Y finalmente, le pedimos, simplemente, que por favor, nos ayudara a ayudarle y nos siguiera hasta un lugar seguro.
Y ella pareció entendernos. Levantó sus ojos. Nos miró fijamente y decidió confiar en nosotros. No hicieron falta tirones ni gritos, simplemente caminamos delante de ella y ella siguió nuestros pasos.
Y cuando por fin llegamos al arcén donde estaban los vehículos, oímos por primera vez en la radio los gritos de alegría por la victoria de España. Fue entonces cuando mirando a aquella burrita, decidimos que su nombre, a partir de ese momento, sería Españita.
Y no debió disgustarle porque, desde entonces, porta orgullosa el mismo.
Por supuesto, su dueño nunca apareció y ella pasó a engrosar esa inmensa lista de animales abandonados que, de pronto, aparecen en cualquier rincón de cualquier ciudad… En fin.
Españita hoy vive en el Arca junto a una Guancho y a Nevado, un pony maltratado al que unos chicos de una paliza arrancaron un ojo. Y todos parecen felices, la verdad, compartiendo lo más importante, la seguridad de que nadie, nunca jamás, volverá a levantarles una mano a no ser que sea para acariciarles.
Raúl Mérida
Nota: En el Arca de Noé rescatamos aquellos animales salvajes que necesitan ayuda. Más información en: www.fundacionraulmerida.es o www.animalesarcadenoe.com