Historias increíbles

Tigres y leones en pisos, pumas en chalets, linces, monos, serpientes...

Historias que ellos no pueden contar

Debemos hacer eco de sus historias; rescates, maltratos...

Historias que podrían haber sido la última

Cachorros, ancianos, con pedigree, inválidos... Da igual su raza y "valor".

Historias de rechazo

Muchos son abandonados cuando dejan de ser "útiles".

Historias de supervivencia

Historias que narran la lucha por sobrevivir al abandono.

27/12/12

Hombre bueno, hombre malo

Cuenta la biología que hace millones de años, tras miles de intentos inútiles, varias moléculas consiguieron el inédito objetivo de dar lugar a una célula. Otros millones de intentos más tarde algunas de estas células consiguieron llegar a reproducirse. El milagro de la vida estaba en marcha. 


A partir de ese momento ha habido un mucho de todo: evoluciones, involuciones, revoluciones y devoluciones. Civilizaciones enteras desarrolladas para conseguir acabar con otras. Guerras mundiales, nacionales, locales. Grandes destrucciones masivas y grandiosas creaciones universales. El ser humano ha dado muestras incuestionables de su inmenso poder para lo mejor y su innegable habilidad para lo peor.


Fue el gran genio Leonardo Da Vinci quien dio buena cuenta de todo ello en el dibujo que realizó de "La última cena". No sé si conocen la historia.

Leonardo había finalizado dicho fresco, pintado sobre la pared de una iglesia, salvo un pequeño detalle que le robaba el sueño. Le faltaba para darlo por terminado sólo dos rostros: el de Cristo y el de Judas. El bien y el mal.

Un día, por fin, encontró un modelo que reflejaba fielmente la cara bondadosa de Jesús. La encontró una noche en la ópera. Entre los cantantes había un barítono cuyo rostro era la imagen perfecta de limpieza y pureza. Inmediatamente lo llevó a la iglesia y, sin que tuviera que pagarle nada por ello, inmortalizó aquel rostro angelical.
Posteriormente volvió a tapar la pintura con una cortina para que nadie pudiera observarla hasta acabarla totalmente.
Pasaron los meses y no encontraba cara alguna para el retrato de Judas. Pero una noche, asistió a una pelea entre mendigos. Uno de ellos se mostró tan fiero, desafiante y agresivo que Leonardo se dio cuenta que ya había encontrado el modelo de Judas.

Lo llevó a la iglesia, previo pago por ello y, una vez finalizado el retrato, le preguntó si quería ver la pintura ya terminada. 
"Ya la vi hace tiempo", contestó.
"Imposible. A nadie se lo enseñé nunca", dijo Da Vinci. 
"A mí, sí. Entonces todo me iba bien. La vida me sonreía. Yo fui la cara de Cristo. Hoy, ya ves, le doy rostro a Judas. La vida es así. Todo cambia".

Quien contemple hoy en día la pintura de Da Vinci en la iglesia Santa María delle Grazie, en Milán, descubrirá que ambos personajes comparten rostro. Idénticas facciones para representar el bien y el mal.
Quizás por eso, en estos días en los que acaba el año no dejo de pensar en lo difícil que ha sido para todos, también para los animales. Muchos de ellos conocieron a lo largo de este año la cara más amarga de los hombres y descubrieron cómo fueron capaces de pagar su entrega y fidelidad con abandono y maltrato.
Pero también muchos otros descubrieron la parte buena de éstos en forma de adopciones, familias y hogar.

Ojalá para el próximo año sepamos encontrar la genialidad de la que todos somos capaces y desterrar para siempre la maldad de nuestro lado.



20/12/12

La piel de un tigre


Si me lo permiten me gustaría hoy meterme bajo la piel de un tigre.



Mi madre me parió entre las rejas oxidadas de una caravana en un viejo circo.
Era enero. El frío se colaba entre los barrotes. Nunca conocí a mi padre. Sólo recuerdo a mi madre. 
Todos los días, un par de veces al menos, la sacaban a latigazos para su actuación diaria. 
Sobre una carpa, en una pista de arena, repetía la escenografía aprendida. Saltos sobre el domador.
Zarpazos al aire. Carreras entre bancos.
Después volvía. La traían por un túnel de rejas que acababa en nuestra jaula.

Ella se acercaba hasta mí y me lamía una y otra vez. No sé si me pedía perdón por haberse ido o porque sabía que me esperaba la misma vida que a ella.
Poco a poco fui creciendo. Primero, cachorro. Luego, joven... Lo mismo lamía la frente de mi madre que la mano de mi cuidador. Doscientos kilos de peso, pero con el mismo instinto que un gato.

Y llegó la hora de mi adiestramiento. Mi dueño me había reservado uno de los números más difíciles. Sería el encargado de realizar el clásico baile del fuego. Caminaría sobre un elefante mientras el sonido de un tambor envolvería todo el ambiente.
Comenzaron los ensayos. Me situaron sobre una plancha caliente y empezaron a elevar la temperatura de la misma. Al principio podía resistirlo, pero, poco a poco, empecé a quemarme. Entonces levanté primero una pata; luego, la otra, y así sucesivamente para aliviar el dolor. No podía huir, sólo intentar resistir. Mientras tanto escuchaba el sonido del tambor insistentemente. Al parecer, así acabaría relacionando las quemaduras con el sonido del instrumento. Cuando, finalmente, tras muchas repeticiones, subido a un elefante oyera éste, ante el temor de quemarme comenzaría a moverme como si estuviera andando. Ese era el plan y el método ancestralmente usado para enseñarme a hacerlo.
Hubo un problema.
Semanas más tarde, durante uno de los ensayos, bien por descuido o intencionadamente, subieron la temperatura por encima de cualquier límite. Mis gritos de dolor rompieron el aire. Las palmas de mis patas se quemaron para siempre.
Desahuciado por mis dueños, me vendieron por el valor de mi piel. No había esperanza para mí.
Pero quiso la vida regalarme una última oportunidad. Una certera intervención policial me rescató justo antes de mi sacrificio y me buscó un lugar donde vivir.
Hoy las quemaduras de mis patas son ya sólo un mal recuerdo.

Vivo en el Santuario de Animales Arca de Noé en El Roal, junto a otros tigres que, como yo, han conocido el lado más inhumano de los humanos. Nunca conoceremos la felicidad. No sabremos del sonido de la selva, ni del olor de la libertad.
Pero, al menos, tampoco seremos infelices. No tendremos miedo a nada. No cerraremos nuestros ojos cada día intuyendo el golpe que va a venir porque nadie jamás volverá a hacernos daño. 
Ojalá la vida de cada uno de nosotros sirva como ejemplo de lo que nunca debió ocurrir, de lo que jamás volverá a pasar.



Raúl Mérida

13/12/12

Serpientes con corazón


Tic, tac, tic, tac! 
Sólo se escucha un viejo despertador en un piso vacío. Salón, cocina, cuarto de baño y tres dormitorios en alquiler.
Ningún mueble. 
El anterior inquilino se lo llevó todo. 
O casi todo.
Una pareja joven, trasladada desde el norte, decide alquilarlo por Internet  Unas fotos les bastan. Se hacen las transferencias económicas y las llaves les llegan por correo contra reembolso. Y un día hacen la mudanza.

Primero llegan ellos. Después, el camión cargado de muebles.
Entran en la vivienda y todo está correcto. Comienzan la descarga. Camas, armarios, sillas, sillones y sofás. Y, de pronto, algo inesperado. Tras la puerta de un armario aparece un mueble de cristal. Una especie de urna transparente que guarda en su interior un viejo despertador en funcionamiento y, enrollada sobre éste, una impresionante serpiente. Cinco metros mide su cuerpo.
Todos quedan paralizados por la visión del animal. Los nuevos inquilinos deciden dejarla tranquila. Al fin y al cabo, está como dormida, medio muerta, parece. 
- Alguien debió dejarla aquí y alguien volverá a por ella -, piensan.

El animal no se mueve. El tiempo pasa. 

La pareja ya está hecha a su nuevo hogar. Han ocupado todo el piso salvo aquel armario donde serpiente y despertador conviven juntos encerrados bajo llave. Extraña compañía.
Los días se convierten en semanas y las semanas en meses...

Y así, tres meses más tarde la pitón despierta.
Empieza a bostezar, a reptar rápidamente por toda la jaula. Se desliza sobre el cristal. Su cuerpo parece no tener inicio ni final.
Ya no se escucha el reloj que la acompaña, sólo se oye su cuerpo intentando salir del encierro. 
La pareja que vive en la casa tiene miedo. Oye ruido de golpes. Piensa que el terrario podría haberse roto, que la serpiente puede haber escapado. Es domingo. Son las tres de la tarde. Llaman a la policía.
Horas más tarde pudimos rescatar al animal.

Era una serpiente procedente del tráfico ilegal de especies. Una maravilla de la naturaleza que algunos seres humano se empeñan en sacar de su medio natural y encristalar de por vida. 

Por eso, quizás, no entiendo muchas veces por qué la gente se asusta cuando ve una de ellas porque, al fin y al cabo, los reptiles puede llegar a tener varios corazones y, por cierto, muy grandes mientras que hay muchas personas que, simplemente, no tienen corazón.



Raúl Mérida

6/12/12

Un lobo en libertad

Apriori todo parecía sencillo.

- Nos acaban de solicitar autorización para el sacrificio de un lobo por parte de un centro que, por la crisis, va a cerrar ¿Podéis salvarlo?.
Creo que más o menos, eso fue lo que escuché cuando, a través del teléfono para aquel pobre animal. 
- ¡Por supuesto! - contesté - El lobo se viene para Alicante.

Una fría mañana de enero, de hace ya algunos años, quedamos para el traslado. Los permisos estaban concedidos. Sólo quedaba sacarlo de allí. Los encargados del parque introdujeron al animal sedado en el interior de una jaula de seguridad. El lobo, aparentemente, dormía tranquilo. 
Después, cargamos la jaula dentro de la furgoneta y nos dispusimos a emprender el regreso a Alicante. Todo iba bien… pero, a mitad de camino, de repente, un sonido se escuchó detrás. 

A través de una pequeña ventana que nos comunicaba con la zona de carga, pudimos ver cómo el animal rompía en mil pedazos su jaula. No tuvimos tiempo de reaccionar.

El lobo enseguida apoyó su cabeza sobre el cristal de detrás y lanzó tal mordisco a la ventana que hizo añicos la misma en un segundo.
Para entonces yo había conseguido salir de la autopista. Menos mal, porque el animal no lo dudó. Saltó del vehículo y desapareció. 
Pasamos momentos muy malos. Temíamos por él. 
Pusimos cuantas denuncias pensamos que podían ser útiles para localizarle. 

Recuerdo las horas siguientes. La primera noticia llegó a través de la Guardia Civil. Algunos senderistas decían haber visto un lobo en una montaña cercana.
Era la señal esperada. Salimos hacia el lugar donde las llamadas lo situaban. Por el camino pensaba cómo era posible que hubieran sabido reconocerle y no creyeran que era un perro... Pero, cuando lo vi en aquella montaña, me di cuenta de lo que es un lobo en su medio natural. Sus cuatro patas se movían como si cada una de ellas tuviera vida propia. No caminaba, se deslizaba. Había que cogerlo. No habría podido vivir mucho allí. No tenía comida y, según se conociera su presencia, no faltarían voluntarios para acabar con él.

Finalmente, el animal fue sedado y cuando cerró sus ojos por el sueño lo cogí sobre mi hombro derecho y lo bajé personalmente en brazos por la montaña. 

Yo iba delante y mis compañeros detrás. Quizás por esa vergüenza que sienten los hombres al llorar no quise que me vieran y aceleré el paso. El caso es que aún hoy no sé el motivo de mis lágrimas. Quizá fuera por toda la tensión pasada aquellas horas. Quizá por la alegría de haber podido rescatarlo y, a la vez, la tristeza de pensar que aquel pobre animal sólo estaba a salvo viviendo en cautividad. O, quizá, por la emoción de haber visto en directo uno de los mayores espectáculos que la naturaleza puede ofrecerte: un lobo en libertad.


Raúl Mérida